El clima puede cambiarlo todo

Naomi Klein en el clima de nuestro tiempo

Ha enjuiciado a las marcas y la implantación del neoliberalismo, captando el ambiente espiritual de su época. Ahora la periodista y escritora nacida en Canadá se ocupa del clima, pero en el sentido propio, en su último libro que apareció hace dos semanas. Klein es algo así como una musa de la izquierda y quizá la más famosa crítica del capitalismo, pero la entrevistan en la revista Vogue.


por Patricio Tapia


¿Verdadero o falso?: Nike usa trabajo esclavo de niños en sus fábricas. Los ataques estadounidenses a Bagdad en 2004 pretendían establecer un estado capitalista en Irak.


Más allá de las respuestas, las preguntas mismas pueden deberse a la influencia de Naomi Klein. A los 44 años, la escritora, activista y periodista canadiense es hoy la figura más visible de la izquierda norteamericana, algo así como lo que fue, algunas décadas atrás, Noam Chomsky. Ha sido portavoz de los movimientos antiglobalización y ha escrito dos libros de impetuoso éxito sobre algunas cuestiones de la ideología y práctica capitalista.
Ahora regresa, de nuevo sobre el capitalismo, pero esta vez, para decirlo cinematográficamente, sobre el destino del planeta; o si se quiere, con otro verdadero o falso: El cambio climático es sólo una tontería. Klein cree que es falso, que es un asunto urgente y así lo intenta demostrar en Esto lo cambia todo, su último libro, aparecido una semana antes de la “Marcha de la gente por el clima” y de la “Cumbre del Clima 2014” de la ONU, que tuvieron lugar recientemente en Nueva York. La marcha contó con cerca de 300 mil adherentes y la cumbre, con sus mandatarios y sus discursos, entre ellos, el de Michelle Bachelet. En ambas actividades estuvo Klein, pese a que considera fútiles las cumbres; dice en su libro que estas más que un foro de negociación seria son una costosa sesión de terapia grupal.
Según ella, Obama no se preocupa por el cambio climático porque su prioridad es la preponderancia de la economía estadounidense y acusa de inacción a gobernantes y organismos internacionales.
Naomi Klein no es una activista política de la vieja escuela. Parece ser jovial y dada a la risa; se preocupa de su ropa y de lucir bien. A raíz de su último libro, quien se hizo famosa denunciando las marcas y el consumo, se dejó entrevistar por la revista Vogue, el epítome de la industria de la moda. Allí la describen como lejana al serio cliché radical: “cálida, divertida, con los pies en la tierra, discretamente estilosa”.
Nació en 1970 en Canadá. Su árbol genealógico tiene todas sus ramas cargadas a la izquierda. Su abuelo paterno consiguió trabajo en 1936 como animador para películas de Walt Disney, fue cabecilla del sindicato y de una huelga en 1941; poco después fue despedido por agitador. Los padres de Klein partieron a Canadá en la época de la Guerra de Vietnam. El padre fue pediatra en un hospital público y la madre realizó varias películas de corte feminista. El hermano mayor de Naomi fue el hijo que todo papá activista soñaría: consciente y contestatario, participó en campañas contra las armas nucleares.
Naomi, en cambio, era la rebelde de la familia. Le repelía el feminismo y la vida al aire libre. Pasó su adolescencia leyendo poesía, en centros comerciales y mirándose al espejo. Era una consumista refinada, adepta a la ropa de diseño y las marcas. Saliendo del colegio, dos hechos la marcaron: una grave enfermedad de su madre y la masacre en Montreal de 14 mujeres asesinadas por un hombre que odiaba a las feministas. Desde entonces, se declaró una de ellas.
Mientras entraba y salía de la universidad y dirigía revistas se percató de que la discusión política estaba cambiando desde las minorías y la identidad hacia la economía. Al mismo tiempo que las empresas se retiraban físicamente de Norteamérica para abrir fábricas en ultramar, parecían cada vez más poderosas y ubicuas. Sus logos estaban por todas partes, saturando el espacio público.
Naomi comenzó a escribir un libro sobre la cultura de las marcas. Recordó cuánto las había deseado de niña. Se dio cuenta, además, de que se estaba gestando un movimiento anticorporativista como reacción a los talleres clandestinos y fábricas con sobreexplotación (incluida mano de obra infantil) en diversos lugares del planeta. Para 1999 había terminado No Logo.
Ya sea por una suerte editorial o por una capacidad de captar las vibraciones anímicas de la época, a fines de 1999, mientras el libro estaba en imprenta (se publicó en 2000), grandes multitudes comenzaron a protestar afuera de la cumbre de Seattle, la tercera reunión ministerial de la Organización Mundial del Comercio.
Cuando apareció el libro, que atacaba la cultura de consumo y que denunciaba operaciones dudosas de algunas grandes empresas, se convirtió en el evangelio de los movimientos antiglobalización.
Siete años después apareció La doctrina del shock. El libro plantea que la libertad de mercado y la libertad de las personas no van necesariamente unidas. Es más, dice Klein, cierto capitalismo fundamentalista (el propugnado por Milton Friedman) es tan impopular o dañino que la única manera de implementarlo es, en el mejor de los casos, el engaño, o bien, en el peor, el terror y la tortura.
Friedman consideraba que los mercados funcionaban mejor sin interferencia gubernamental, incluyendo los subsidios o la seguridad social. La tesis de Klein, entonces, es que la única forma para que las personas aceptaran ese tipo de reformas era que estuvieran bajo un estado de shock, tras una crisis debida a un desastre natural, una guerra o un ataque terrorista.
Pero como es más fácil programar un golpe de Estado o un acto terrorista que un huracán o un terremoto, Klein dice que regímenes antidemocráticos recientes (y piensa en los gobiernos militares de Chile y Argentina, entre otros) cometieron violaciones de los derechos humanos infames para implementar reformas radicales de libre mercado.
Aunque hay quienes perciban el cuidado del medioambiente como un distintivo (andar en bicicleta, comida orgánica, ampolletas eficientes o bolsas de género), en Esto lo cambia todo, Klein lo pone en el centro del debate político. En la primera parte, quiere mostrar cómo el ecologismo ha sido desencaminado por la crisis financiera, además de abordar la “negación” del cambio climático, que según ella está auspiciada por algunas empresas y centros de estudio. En la segunda, analiza y pone en cuestión las soluciones técnicas, incluidos los planes de geoingeniería. En la última, da cuenta de una serie de movimientos emergentes.
El libro documenta la decepción con el “maquillaje verde”, la pura apariencia ambientalista. Está espolvoreado de denuncias sobre quienes, deliberada o accidentalmente, se han confabulado con la extracción de combustibles fósiles. Pueden ser movimientos ecologistas que dependen de ella para su financiamiento: por ejemplo, cita al grupo ambientalista más grande e importante de los Estados Unidos, Nature Conservancy, que dice que entregó, para la explotación petrolera, un terreno de Texas que se le había reservado para la conservación de ciertas especies. O bien, acusa a multimillonarios preocupados del medioambiente, como Bill Gates o Richard Branson, que, sin embargo, tienen sus inversiones en las empresas que lo destruyen.
Con la publicación de La doctrina del shock (2007), Klein estuvo en giras por casi dos años y apenas vio a su marido. En un momento le preguntaron si le gustaría tener hijos y se sorprendió diciendo que sí. En Esto lo cambia todo cuenta sus dificultades para quedar embarazada (incluidas algunas pérdidas). Mientras lo escribía, no obstante estar el planeta en peligro, se enteró de que esperaba un hijo. A él, Toma, de dos años, está dedicado.
Ahí tal vez radica el tono de esperanza con que ve la actualidad. Klein cree en la convergencia de los movimientos de protesta, una “red” vagamente vinculada que se enfrenta a la industria extractiva y que se ha dado en llamar “Blockadia”: bloqueos contra la minería al cielo abierto en Grecia, movimientos en Brasil contra la deforestación, u otros en Nigeria o Rumania. También destaca iniciativas como la “yasunización” (por el Parque Nacional Yasuní, de Ecuador). Esto es, no explotar las reservas de petróleo de un lugar con alto valor ecológico a cambio de que los países occidentales financien su protección.
A pesar de que sus libros tienen mucha investigación, parecen destinados más a la provocación que al análisis y pueden extremar las coincidencias hasta convertirlas en conspiraciones.
La ecuación terror-neoliberalismo que sustentaba en La doctrina del shock la lleva a ejemplos abusivos cuando, por ejemplo, señala que tras la crisis económica de 2007, el gobierno estadounidense habría adoptado medidas sin precedentes de gasto de dinero. Es cierto, pero las medidas no eran del estilo Friedman, sino las opuestas, lo que no parece importarle demasiado a Klein.
En Esto lo cambia todo, por su parte, indica que no cree en las que llama soluciones “parche”: ni fijación de límites de emisión, ni innovaciones tecnológicas, ni alternativas energéticas “limpias”. ¿Entonces, qué? Según ella, se requiere un sistema económico diferente. Pero no es tan clara respecto de qué forma tendría lugar esa transformación. Parece proponer la nacionalización del petróleo. En una de las pocas referencias a Chile (a diferencia del papel “protagónico” que el país tenía en La doctrina del shock cita la nacionalización del cobre bajo Allende. ¿Qué gobiernos estarían dispuestos a hacer tal cosa para más encima, se sobreentiende, no explotar el recurso? Tampoco es particularmente precisa sobre cómo sería factible asumir los costos, inmensos y a un larguísimo plazo, para reemplazar las energías tradicionales por sistemas totalmente renovables.
Desde luego, crear sistemas de menor contaminación o, para qué decir, acabar de una vez con el capitalismo parecen tareas más fáciles de proclamar que de implementar.

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