Esos demonios mediocres

Simona Forti. 

Malos sobran. 
Para Forti, si en la Argentina sucedió lo que sucedió durante la dictadura militar fue porque hubo consenso social


En la Historia, el mal asume roles que movilizan dictaduras e Impulsan guerras. Los fantasmas prosperan gracias al hombre, dice la politóloga.

Como tantos italianos, Simona Forti tiene parientes en la Argentina. Lo curioso, en su caso, es cómo una anécdota de los años 70 la marcó para siempre: “Recuerdo que yo era una nena y tenía primos allí durante la dictadura. Estábamos aquí, en casa de mis abuelos, y mi primo dijo: ‘No se está para nada mal en la Argentina. Basta no ver’. Me quedé muy impresionada y esa frase me quedó grabada –dice Forti, hoy una reconocida filósofa política italiana que se ha dedicado a estudiar, entre otros temas que la fascinan, la relación entre el mal y el poder–. Yo pensaba: ‘¿Qué significa que basta no mirar? ¿Este anda tranquilo por ahí sabiendo lo que está sucediendo?’ Me conmovió mucho. No digo que haya sido el motor de mi interés por el tema pero sí algo que me quedó y que siguió trabajando dentro mío”.
Forti acaba de publicar en la Argentina Los nuevos demonios. Repensar hoy el mal y el poder (Edhasa), un libro en el que vuelve sobre el concepto filosófico del mal con una nueva mirada: “La actitud mía de hacer filosofía consiste en tomar algunos conceptos de la filosofía contemporánea maltratados e intentar rehabilitarlos, recuperarlos a un uso más contemporáneo –explica Forti, que enseña Historia de la filosofía política en la Universidad del Piamonte Oriental, en Italia–. 
Por ejemplo, el concepto de mal cayó en descrédito para buena parte de la filosofía contemporánea porque es considerado un concepto comprometido con la metafísica. 

En algunos aspectos es verdad, pero creo que no logramos orientarnos en ética y en política sin usar el concepto de mal. Entonces la pregunta es ¿cómo podemos usarlo hoy? ¿Cómo podemos repensarlo hoy teniendo presente toda la crítica que se ha hecho al uso teológico y metafísico del mal? Volviendo a recorrer la historia del concepto, tratando de entender, a pesar de las diferencias entre pensadores y pensadoras, cuál era el núcleo común de este uso y qué cosa no sirve más de este núcleo común del pasado. 

Por eso es que he reconstruido lo que yo llamo ‘el paradigma Dostoievski’, usando a Dostoievski como pars pro toto (la parte por el todo) para ver qué en verdad no nos sirve más.”
 
El paradigma Dostoievski de Forti se basa en la interpretación demoníaca y maniquea del mal que, fundado en el nihilismo y en la pulsión de muerte, se refleja en las obras del escritor ruso. “En Dostoievski se da una síntesis expresiva ejemplar del mal pensado como patología de la voluntad o pulsión, delirio de la razón o pasión por el absoluto. En Los demonios o en Los hermanos Karamazov el mal tiene siempre que ver con la transgresión y el desorden, en una palabra, con la potencia de la muerte.”

–¿Por qué es preciso reformular el concepto de mal hoy?

–Porque creo que no sirve más una mirada que hace del mal el éxito del nihilismo. Durante tanto tiempo, sobre todo desde el Siglo XIX en adelante, se ha identificado siempre el mal como el éxito de la voluntad de destrucción o de la voluntad de muerte. Según el psicoanálisis, también como pulsión de muerte. No es que esto no sea más cierto pero es que por sí sólo no lo explica más. Necesitamos otras coordenadas conceptuales para comprender cómo funciona un sistema del mal.

–¿Es decir que el mal cambió?

–No sé si el mal cambió. Seguramente las figuras contemporáneas del mal son distintas de aquellas a las que nos había habituado la literatura. O cómo una cierta literatura filosófica se explicaba según el nazismo, el estalinismo, el totalitarismo del siglo XX: la idea de un sujeto, no importa si era un dictador único o una colectividad, que quería destruir, que quería transformar la realidad en nada. Creo que esta visión es simplificadora. Para algunos aspectos puede ser para nosotros incluso una justificación: están estos demonios absolutos que son culpables, y entonces estamos eximidos, no tenemos nada que hacer. Históricamente aparecen pero nosotros podemos vivir tranquilos que así como nacen, desaparecerán. 

Creo que esto es una excusa. Pienso que existen estos demonios absolutos pero creo que si logran sus operaciones destructivas es porque estos demonios absolutos, que son pocos, se corresponden con una mayoría de demonios mediocres que, en cualquier modo podríamos ser también nosotros, que favorecemos este recorrido simplemente encongiéndonos de hombros, diciendo que no podemos hacer nada. 

Y así, por bellaquería o por deseo de confirmar nuestra identidad, favorecemos este proceso. Esto es cierto en cada situación que podemos llegar a definir como mal político. He usado como ejemplo histórico el del nacionalsocialismo porque en toda la filosofía contemporánea es elevado a emblema del mal político pero obviamente lo que digo para el nacionalsocialismo en la estructura filosófica creo que funciona para muchas escenas históricas.

–Es inevitable pensar en la dictadura militar que padecimos en la Argentina y en otros países de América Latina. ¿Los mecanismos del mal son siempre los mismos?

–Cada país tiene su particularidad histórica. 
Pero en una especie de estructura filosófico-política, el mecanismo es siempre el mismo. 
Si en la Argentina sucedió lo que sucedió fue porque hubo un consenso. Consenso no quiere decir necesariamente que estaban convencidos de lo que Videla estaba haciendo. Pero muchas personas, por deseo de ser garantizados por el sistema o por miedo, no se opusieron, no presentaron ninguna resistencia. En este sentido, si estos demonios absolutos prosperan es porque muchos hombres normales aceptan o no quieren juzgar eso que está sucediendo.

–Desde el punto de vista del sujeto, ¿aceptar o no es una decisión ética?

–Creo que es una decisión de hacer de uno mismo un sujeto ético. Un sujeto que logra discriminar. Lo que no logramos hacer hoy. Pero si pensamos bien, la norma cristiana del “no juzgar” es una norma que hemos interiorizado como si el sujeto ético, el sujeto “bueno” fuera aquél que no juzga, que no se pronuncia. 
Es preciso revertirlo. El sujeto ético es aquél que debe tener el coraje de juzgar, es el verdadero problema. 
De dónde el sujeto adquiere la capacidad de oponerse, de elegir.

–¿Cuál es la relación del sujeto con el poder?

–La filosofía moderna siempre ha pensado al sujeto por un lado y al poder por otro como dos entidades separadas. Y se ha pensado el poder como algo que se contrapone al sujeto, que lo limita. 
En la expresión máxima de poder, niega al sujeto, lo domina. 

Yo, en cambio, creo que la gran idea de Foucault ha sido la de ver al poder como algo que está en correlación al sujeto, que crea al sujeto, que no sólo lo limita sino que también lo hace ser, lo hace crecer. En este sentido somos vehículos del poder, nuestro cuerpo lo es. El poder no es simplemente el del Estado; es poder también lo que ejercitamos en la relación con otros sujetos. 

Por lo tanto, se debe distinguir entre poder y dominio. 
Eso es un paso importante. El poder circula continuamente; existe cuando hay libertad. Mientras que el dominio se inicia allí donde el poder se vuelve tan fuerte que no permite más la circulación en libertad.

–¿Cuál sería una definición actual de libertad?

–Hay varios modos de concebir la libertad. No creo que la libertad sea algo que tengamos como una dote natural. 
Aquí la libertad es algo que se conquista; se decide cuando, por ejemplo, queremos ser sujetos éticos. La libertad en su definición minimalista, banal, creo que es la posibilidad de ser otro a pesar de como seamos. 
Una definición minimalista de libertad en filosofía creo que debe ligarse al concepto de posibilidad, que se opone al de necesidad. Por lo tanto sería pensarnos como sujetos que tienen la posibilidad de convertirse en otros sujetos diferentes de como somos.

–Usted habla sobre la normalidad del mal. ¿No es una provocación?

–Es una idea provocadora pero tiene orígenes intelectuales. Hannah Arendt hablaba de la banalidad del mal, aunque me parece que el término banalidad no sea feliz o adecuado. 
“Banal” no significa demasiado. Creo que Hannah Arendt murió demasiado pronto como para dar coherencia a su intuición sobre la banalidad del mal. Desde este punto de vista, soy un poco soberbia. 
He tratado de darle algo de coherencia conceptual a un conjunto de intuiciones sumando otras.

Por ejemplo, utilizando Foucault junto a Arendt o Primo Levi. Poniendo en juego muchas más ideas de las que había considerado Hannah Arendt y tratando de construir un paradigma que es el de la normalidad del mal, que no es alternativo al paradigma Dostoievski. Quiero decir, cuando asistimos en la historia a una escena del mal creo que estos dos paradigmas se encuentran y son complementarios. Siempre. Pero no se puede pensar sólo con el primer paradigma. 

El de la excepcionalidad, del diabolismo, de la transgresión. 
Se piensa a través de la normalidad en su doble significado: el mal se normaliza porque sus ejecutores son personas normales. 
No son más grandes monstruos. Esta es una primera normalización. Y luego, en un sentido más profundo, también se habla de normalidad como atenerse a la norma del contexto en el que uno se encuentra. Ateniéndose a las reglas, uno produce un universo del mal político. Entonces, hay un doble significado de normalidad.

–En los juicios a los genocidas se vio que al tiempo que cometían atrocidades y a la vez eran personas normales en sus vidas familiares y sociales.

–Padres de familia que nunca hubieran actuado de ese modo si el contexto social hubiera sido diferente. 
Pero se atuvieron a la norma para no perder nada. 
No haberse atenido a la norma les hubiera significado disminuir sus posibilidades de logros, bajar su nivel de vida. 
Por lo tanto el mal no es sólo la voluntad de muerte. 
Se lo piensa también como voluntad de vida y de realizar la propia vida. Esto la tradición no lo ha pensado nunca porque siempre ha tendido a identificar el mal con la muerte y el bien con la vida. 
Creo que se debe desmantelar esta oposición.

–Otra idea de su libro es asociar el mal a la transgresión.

–Exacto. Forma parte del paradigma Dostoiesvski. El mal era algo que quebraba un orden. Un orden natural, racional o social. Y el mal era esa voluntad de transgredir y superar los límites. No es que esto no exista. Pero no es el dato único y más importante en la escena del mal.

–Sin embargo hoy, la transgresión social y culturalmente tiene un sentido positivo.

–Claro. Está la idea de que el que transgrede es un vencedor. 
Como si a la polaridad bien-mal de un juicio ético hoy se le hubiera instaurado la polaridad logro fracaso desde un punto de vista de la afirmación social. Pero si lo lográs, quiere decir que pudiste ir más allá de lo que has encontrado. Hoy sirve para afirmar la propia individualidad.

–¿El enemigo siempre es la encarnación del mal?

–En lo que se refiere a llamar mal al enemigo, ésta es una lógica milenaria que nos lleva a un tema de mi libro que es el siguiente: al mal se le asocia siempre un pensamiento dicotómico, que divide en dos. El campo del bien , el campo del mal. 
Aun cuando luego los partidos se intercambian la careta. 
Occidente piensa en el extremismo islámico como el mal y el extremismo islámico piensa a Occidente del mismo modo. Y creo que es preciso derretir esta rigidez dicotómica.

–¿Hay reciprocidad entre bien y mal?

–Desde un punto de vista filosófico, lo que cambió respecto del pasado es esta correspondencia. Creo que, a pesar de todas las críticas que se le puedan hacer a este concepto de mal, nosotros continuamos utilizando la palabra, la idea. Pero no creo que se puede hablar más de bien como algo sustancial. 
Por el contrario, la historia ha demostrado que todas las veces que se lanzó el proyecto de bien como algo absoluto a alcanzar se estaba frente a un desastre. Por eso pienso que, desde un punto de vista filosófico, el primer paso es reconocer que esta correspondencia falló, se quebró.

–¿Cuáles son los nuevos demonios?

–Hay muchísimos. Aunque no veo tantos demonios absolutos. 
Veo muchos demonios mediocres también porque el valor de la afirmación de la vida, sea a nivel biológico, a nivel de las posibilidades de vida, se convirtió en el valor absoluto, el valor hegemónico. Por lo cual nos resulta obvio que un financista haga de todo para maximizar su propia riqueza. 
Pensado filosóficamente, esto significa maximizar sus posibilidades de vida. 
Entonces no se monta una escena del mal que eclosiona sino pequeñas micro escenas del mal que producen un sufrimiento que no es el dolor físico que los males que el 900 produjo pero es un sufrimiento real, el sufrimiento de limitar la posibilidad de ser otra cosa de lo que se es.

–En Oriente Medio, sin embargo, el mal pareciera responder a otros mecanismos.

–Las fenomenologías del mal cambian continuamente. También en un mismo período histórico hubo fenomenologías del mal diferentes. Es cierto que hoy se trata de una fenomenología que jamás nadie hubiera imaginado. Los “body-bombers”, la gente que se autodetona, tienen el antecedente en los kamikazes japoneses, pero que una persona se mate a sí misma de un modo tan destructivo no tiene antecedentes en Occidente. Este fenómeno ninguno podía preverlo. Pero desde el punto vista de pensar lo que está sucediendo, estamos siempre en la misma conceptualidad: hay alguien que tiene un plan destructivo y hay mucha otra gente que consiente este plan destructivo.

–¿Las prácticas del ISIS (Estado islámico) representan la manifestación más novedosa de la fenomenología del mal?

–Sí. Esta es una fenomenología inédita que une lo arcaico, que es la decapitación, con lo moderno. Una fenomenología arcaica, sanguinaria y cruel, inconcebible para nuestros ojos. 
Une este elemento arcaico a un elemento contemporáneo y moderno: la más sofisticada tecnología. 
El hecho de que se decapita a un rehén, se filma un video y se mandan estas imágenes, se mete en red y la comunicación se vuelve global. Un extraño mix de arcaico y moderno.

POR MARINA ARTUSA DESDE BOLOGNA Revista Ñ - Clarin


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