Crisis y deuda externa

EL TRATADO ROCA-RUNCIMAN 

Por OSCAR TRONCOSO




Crisis, fue una palabra que se hizo una realidad terrible con una fecha precisa. El 24 de octubre de 1929 la Bolsa de Valores de Nueva York cerró con una pérdida de 28 mil millones de dólares y la economía de todo el planeta comenzó a resquebrajarse.

Entre 1929 y 1932 la crisis provocó un descenso en la producción mundial del 36,2 por ciento. “En otras palabras, fue tres veces mayor que la que se produjo a consecuencia de la primera guerra mundial (1914-1918) —aseguró el economista alemán Fritz Sternberg—, y tan grande como la disminución de la producción en los países beligerantes de Europa después de los cuatro años y medio que duró esa contienda”.

En 1931 el banco más importante de Viena, el Kredit-Anstalt, no pudo hacer frente a sus obligaciones y esto precipitó la crisis financiera de Europa.Al año siguiente, cinco mil bancos norteamericanos estaban en quiebra.




Desde entonces y hasta ya entrada la década del 30 las relaciones comerciales se hicieron difíciles. Las mercaderías bajaron pronunciadamente de precio, la mayoría de los países suspendieron sus pagos y las inversiones se redujeron al mínimo. Excluyendo a Asia y África, 30 millones de desocupados deambularon por el paisaje de la crisis.



El nacionalismo económico fue el recurso con el que los Estados buscaron salvar sus economías, protegiendo sus industrias y lanzándose al autoabastecimiento.

Se implantaron cuotas de importación, primas, aumentos de aranceles y control de cambios.

Alemania, Francia, Italia e Inglaterra auspiciaron el desarrollo de la agricultura para intentar la “reagrarización de Europa”, y Mussolini, con su torso desnudo, encabezó el trabajo de la tierra, en acción espectacular y para la propaganda.

Los dos primeros países disminuyeron a límites insignificantes la importación de carne argentina; Estados Unidos dictó la extorsiva ley Hawey-Smoot, que elevó los derechos aduaneros hasta un 52 por ciento del valor de las mercaderías, y Gran Bretaña, por su parte, convocó a la Conferencia Imperial de Ottawa (Ganada) a fin de adoptar una política preferencial para su imperio y de obstrucción a la extranjera.

Es importante señalar que los ingleses capearon la crisis de un modo más favorable que los otros países capitalistas muy adelantados y que el nivel máximo al que alcanzó la disminución de su producción fue de un 16,5 por ciento.



La situación argentina




JOSÉ FÉLIX URIBURU Y AGUSTÍN P. JUSTO


A principios de 1933 la situación económica de la Argentina era difícil, pero no crítica. Descendían las exportaciones y se mantenía el valor de las importaciones, acusando al terminar el ejercicio anterior a aquella fecha un saldo positivo de 451 millones de pesos.

Aún disminuido con relación a los años previos a la crisis mundial, permitió abonar el 1 de febrero una cuota de 1.600.000 dólares a la banca estadouniden­se en concepto de intereses y amortización de dos prés­tamos que totalizaban 45 mi­llones de dólares.

Sin embargo, “como consecuencia de la Conferencia de Ottawa, el Reino Unido limitó las importaciones de carne bovina enfriada y de ovina congelada argentina —dicen Ferrari y Conil Paz en Política exterior argentina—.

La ovina pasó de 69 mil toneladas a 57 mil y la bovina de 10.000 a 8.700 en 1933.

Respecto a la carne enfriada (chilled) en agosto de 1932 se redujo la cuota de importación inglesa en un 10 por ciento, anunciándose para 1933 una reducción de alrededor de 100.000 toneladas”.



La economía nacional se basaba fundamentalmente en la exportación de productos agrarios y su principal mercado eran las islas británicas.

En el caso de las existencias de chilled, se llegó a exportar con ese destino el 99 por ciento de la producción.

Ante tal perspectiva el gobierno argentino debió abandonar su práctica librecambista y firmar convenios bilaterales sobre la base de cláusulas de preferencia.





El presidente de la República, general Agustín P. Justo, decidió enviar a Londres una embajada especial para que encarara esos problemas comerciales, con la excusa de retribuir la visita del príncipe de Gales.

Mientras tanto, el primer magistrado se encargaba de los obstáculos internos, que no eran pocos: en el lapso transcurrido desde los últimos días de 1932 a la primera semana del año siguiente abortó el movimiento revolucionario del teniente coronel Atilio E. Cattáneo; sofocó la sublevación de un regimiento en Concordia; reprimió disturbios en varios pueblos entrerrianos y correntinos limítrofes con el Uruguay y asaltos a comisarías en la provincia de Buenos Aires.


Los dos ex presidentes radicales, Hipólito Yrigoyen y Marcelo T. de Alvear, estaban presos.

La embajada



JULIO A. ROCA HIJO

El 11 de enero de 1933 partió de Buenos Aires hacia Gran Bretaña la misión encomendada al vicepresidente de la Nación, doctor Julio A. Roca, para gestionar acuerdos comerciales con el gobierno de Su Majestad Británica, “el mejor cliente de la Argentina”.

Integraron la delegación el estanciero y diputado nacional Miguel Angel Cárcano; el presidente del directorio argentino de los ferrocarriles ingleses, Guillermo Leguizamón, abogado catamarqueño mimado por la City y a quien la corona británica concedería posteriormente el título de Sir; Raúl Prebisch, ex gerente de la Sociedad Rural Argentina y ex subsecretario de Hacienda durante el gobierno del general Uriburu; Carlos Brebbia, Aníbal Fernández Beiró, Toribio Ayerza y, como agregados militares, el coronel Alberto de Oliveira Cézar y el capitán coronel Alberto de Stewart.



“Así nombraron a los componentes de la misión Roca; sólo cuidando que, además de su cualidad genérica, fuesen de la relación personal del príncipe de Gales —observaron Rodolfo y Julio Irazusta en La Argentina y el imperialismo británico—.


RAÚL PREBISCH

No advirtieron que, dada la situación política del país, el carácter de amigos de los ingleses es más permanente en nuestros oligarcas que el de representantes del Estado argentino”.

Con displicencia sajona el gobierno británico hizo saber al argentino que recibiría muy complacido a la delegación como visita de cortesía, pero consideraba inconveniente e inoportuno darle el carácter de negociadora.



“Este aviso de Inglaterra fue en realidad una finta —analizó Carlos Ibarguren en La historia que he vivido— para colocar a nuestros negociadores en el terreno de las concesiones, sin ninguna defensa y con complejo de inferioridad”.

Roca, que acostumbraba desde su juventud a permanecer diariamente desde las 4 de la tarde hasta las 4 de la mañana en el tibio ambiente del exclusivo Círculo de Armas

“No es su segundo hogar, es su primera casa”, rezongaba su esposa—, aprovechó la inactividad del viaje en barco para interiorizarse con los asesores de los intrincados detalles de su misión hasta lograr un panorama de la crisis mundial.

Cuando llegó a París, el 4 de febrero, soslayó el motivo de su viaje.


“Voy a retribuir las visitas del príncipe de Gales —dijo— y a fortalecer la vieja y tradicional amistad entre Gran Bretaña y la Argentina.

Claro es que no podía dejar de aprovecharse ocasión tan propicia para tratar con el gobierno británico algunas cuestiones de interés para la economía de los dos países”.

Guillermo Leguizamón, menos cauto y con ánimo de congraciarse con quienes iban a negociar, declaró en Pau a un corresponsal de la United Press:


“La Argentina se parece a un importante dominio británico”. No fue de extrañar entonces que en la Cámara de los Comunes, el ex gobernador de Palestina, Sir Heribert Samuel, aconsejara que “siendo de hecho la Argentina una colonia de Gran Bretaña, le convenía incorporarse al Imperio”.


La recepción



A la una y veinte de la tarde del 6 de febrero la misión llegó a Dover, donde esperaban el embajador argentino Manuel Malbrán y un telegrama, en castellano, enviado por el príncipe de Gales:


EDUARDO DE WINDSOR Y JULIO A. ROCA


“Deseo expresar a usted mi cordial satisfacción y placer que personalmente experimento por su visita. Hasta luego”.

A las 15.42 el tren especial se detuvo en Victoria Station y Toribio Ayerza se deleitó más tarde contando que tuvieron un gran recibimiento.

“En la estación Victoria se tendió la alfombra roja con la cual se recibe allí, únicamente, a los soberanos. Hubo un canciller que antes de llegar a Londres hizo gestionar la alfombra, y no la consiguió. Con esto les digo todo…”.

Desde la estación hasta el Carlton Hotel, residencia de la delegación, Roca viajó junto con Eduardo de Windsor, en una carroza tirada por cuatro caballos, flanqueada en todo el recorrido por los soldados de la guardia personal del príncipe, quien le dio la bienvenida.




Los agasajos se sucedieron uno tras otro.

“El jefe del gobierno inglés, Ramsay Mac Donald, dio un banquete en honor de nuestra delegación —relató Cárcano— en el propio local del Foreign Office, con asistencia de altos representantes del imperio.

En una punta de la mesa estaba Anthony Edén, el futuro premier. A la derecha de Mac Donald estaba Roca. A mí me ubicaron a la derecha -del ministro de Relaciones Exteriores, John Simón. El acto era de gran protocolo, tan grande que no dejaban entrar periodistas ni fotógrafos; no podía publicarse nada de lo que allí se tratara” .

El día 9 el príncipe de Gales lo agasajó en el palacio Saint James, con toda la pompa de la realeza británica, para poner en contacto al jefe de la misión argentina con el ministro de Comercio inglés, Walter Runciman. Ambos se apartaron para conversar, y los que trataron de acercarse fueron disuadidos por Su Alteza:


“Dejen hablar a los dos hombres de Estado —deslizó— quienes tienen muchas cosas que decirse”.

A la jornada siguiente Roca le retribuyó con una cena en el Club Argentino de Londres, en Dorchester House. En ella, Eduardo de Windsor y Runciman insinuaron en sus discursos la proposición de que la Argentina liberara el dinero británico bloqueado por las restricciones de la exportación.



“Los acuerdos de Ottawa —aclaró el primero— no impiden de manera alguna realizar negociaciones con otros países sobre la base de la reciprocidad”.

Otro orador trató de establecer un sutil grado de parentesco entre ambos países: si la Argentina no era estrictamente “una hija del Imperio —diferenció—, por lo menos podía considerarse prima hermana de él”. A esa familiaridad el futuro rey Eduardo VIII la desmenuzó de esta manera:

“Es peligroso profundizar en los tiempos pasados porque las viejas querellas pueden volver a la superficie. Considero, en efecto, a la Argentina una nación cuya independencia (todo lo independiente que una nación puede ser) y cuya liberación de las influencias ancestrales son hechos cumplidos. Pero si los acontecimientos siguen ese curso para la Argentina, espero y creo que será gracias a la cooperación de nuestros países.



Por ejemplo —agregó—, “es exacto decir que el porvenir de la carne argentina depende, quizá enteramente, de los mercados del Reino Unido”. Roca contestó complaciente:

“La geografía política no siempre logra en nuestros tiempos imponer sus límites territoriales a la actividad económica de las naciones.

Así ha podido decir un publicista de celosa personalidad que la Argentina, por su interdependencia recíproca, es, desde el punto de vista económico, una parte integrante del Imperio Británico”.

Agradecido recordó que “Inglaterra, como la llamamos familiarmente, ha sido nuestra primera amiga, que nos tendió la mano hasta asegurar nuestra independencia, cuando todo se conjuraba en nuestra contra, y que nos prestó la ayuda de sus capitales cuando en los pasos iniciales de nuestra adolescencia apenas éramos dignos de su confianza”.

Las negociaciones



CARLOS SAAVEDRA LAMAS

Con la recepción que Roca ofreció el 13 de febrero en el Carlton Hotel, donde una orquesta típica promovió una docena de tangos, finalizó el período de agasajos, de tal magnitud que en Londres no se tenía memoria desde casi comienzos del siglo.

Al día siguiente, a las dos y media de la tarde, en el despacho de Runciman, comenzaron las negociaciones.


El pivote sobre el cual se apoyaron los argentinos fueron las cuantiosas sumas provenientes de los réditos que devengaban los capitales ingleses, congelados en la Argentina, las que, por el sistema de cambios en práctica desde 1931, no podían ser giradas al Reino Unido.

Los representantes reales, irritados, lanzaron una definición:


“Lo más importante en estas negociaciones no son las carnes congeladas, sino los créditos congelados”.

A poco de iniciadas las conversaciones, Simón y Runciman definieron las posiciones inglesas:


“La condición esencial para el éxito de las negociaciones es solucionar el problema de los cambios”.

Desamparado ante la intransigencia inglesa, Roca envió un cable al canciller Saavedra Lamas para avisarle que:


“yo no podré asegurar el triunfo de una política que garantice a la República Argentina la introducción de sus productos dentro de las posibilidades creadas por los acuerdos de Ottawa si ustedes no me dan una base sólida de sustentación, que la opinión británica tan sólo encontrará en la solución de los problemas de cambio”.

Las tratativas, a partir de entonces, se estancaron durante “tres enervantes meses”. El 18 de febrero el gobierno argentino recibió el ofrecimiento de un crédito de 10 millones de libras esterlinas, suma casi igual a los intereses de los capitales bloqueados, para el pago de las cuentas británicas, que fue rechazado.



En Londres, las informaciones escasearon, temiéndose a la levantisca prensa librecambista y a la palabra de Lord Beaverbrook. Los observadores consideraron que la posición de “prima hermana” de la Argentina frente a Inglaterra podía desembocar, pese a todo, en una “reyerta de familia”.

El poco optimismo que presidió las reuniones no fue obstáculo para que el rey Jorge V montara en Sandrigham a su tren particular color crema y descendiera en Londres para agasajar el 24, también él, a la delegación argentina.




En Buckingham la apabulló con la pompa y el menú casi ascético que ofreció a sus huéspedes, a quienes despidió después de mostrarles las pinturas que cuajaban las paredes del palacio. Lo que se temía sucedió.

La prensa inglesa recordó los 600 millones de libras invertidas en la Argentina (de las cuales 375 millones correspondían al sistema ferroviario) y comenzó a reclamar soluciones para los inversores ingleses.

Pero Eduardo de Windsor y Roca, escapando a las garras del protocolo, fueron el 28 a la Feria de Industrias Británicas, en la que el príncipe ofició de cicerone stand por stand. En uno de ellos se detuvieron para observar la demostración que hizo Mac Onachy, un profesional del billar.


“La mayor seguidilla que hice en mi vida fue de 30 carambolas”, confesó Eduardo. Luego aconsejó a Roca la compra de algunos discos grabados por Archie Compton, en los cuales explicaba las bases del buen golf: “Poseo algunos; son muy útiles, míster Roca; cómprelos”.

En el último descolgó un traje y explicó, con autoridad, el corte y el estilo de la prenda. Después, y para asombro de los argentinos, los invitó a dar una vuelta en ómnibus.


Intermedio


A principios de marzo se rumoreó la desinteligencia entre Roca y el ministro de Hacienda, Alberto Hueyo. “Es absurdo —le respondió a Enrique Villarreal, enviado de La Prensa—; estamos trabajando en estrecha colaboración, de acuerdo con el gobierno, y ninguna palabra o gesto ha podido ser interpretado como signo de desentendimiento”.

El 17 las conversaciones entraron en una impasse resumida en esta frase: “Carne contra cambios”. “Quisiera estar presente para la inauguración del Congreso el 19 de Mayo”, confesó esperanzado el vicepresidente unos días después, aunque abrigó la esperanza de volver con la solución que le reclamaban desde Buenos Aires.

El 26 y 27 de marzo mantuvo conversaciones con Runciman: “No llegamos a ningún acuerdo” fue lo único que, desencantado, informó a la prensa.


MIGUEL ÁNGEL CÁRCANO

“Las cosas no marchaban como nosotros deseábamos —continuó Cárcano— y la parte contraria no cedía.

Algunos aconsejaban a Roca que se volviera sin hacer el tratado. Yo no era de ésos, por cierto. Pero tuvo Julio una inspiración.

Vámonos a Bélgica, nos dijo. El rey de los belgas nos había invitado. Pasamos unos días allí y, en lugar de regresar a Londres, Roca nos llevó a París, y aunque no había ninguna invitación oficial, el presidente de Francia nos consideró huéspedes de honor.

Fue entonces que el príncipe de Gales habló a París, nos invitó a comer, y con ese pretexto se reanudó la tramitación detenida”.

Pedro Ortiz Echagüe, corresponsal de La Nación en Europa, abordó en Bruselas a Roca y produjo una larga nota para su diario.

“No puede excluir el ilustre visitante —escribió— la hipótesis ingrata de regresar a Buenos Aires para entregar sus papeles al gobierno diciéndole: Esto piden y esto ofrecen. Decidan ustedes. Más en ningún caso volvería el doctor Roca con las manos vacías.

No llevará quizá todo lo que esperaban los estancieros, pero será portador, seguramente, de valores morales de esos que se cotizan en otros mercados y que a la larga pesan en la balanza de un país más que una tonelada de carne”.

Antes de que comenzaran las deliberaciones, Sir Malcom Robertson, en The Times, señaló una circunstancia que los negociadores argentinos no aprovecharon debidamente.


“El objeto de este artículo —escribía— es poner de relieve las razones por las cuales un país que no pertenece al Imperio debe considerarse como parte de él. Este país es la Argentina.

El informe de la misión D’Abernon consigna que Gran Bretaña tiene de 500 a 600 millones de libras esterlinas invertidas en la Argentina. No es esta manifestación aplicable a muchas de las regiones que integran el Imperio. Ni tampoco los pormenores de las inversiones de capital británico.

Hay en Gran Bretaña unos 32.000 kilómetros de ferrocarriles. Los ferrocarriles argentinos de propiedad y gerencia británica constituyen una red de más de 25.000 kilómetros, y esta red se extiende sin cesar. . . “.




“La casi totalidad de las locomotoras, material rodante, rieles, accesorios mecánicos y carbón es adquirida en Gran Bretaña, lo cual —observó— proporciona ocupación segura a miles de obreros británicos. Esta política ha provocado críticas contra las compañías porque, aunque nuestro material es, sin duda alguna, el mejor, no resulta, ciertamente, el más barato.

Casi todo satisface impuestos británicos por valor de varios millones. Ello da pábulo a otra de las censuras argentinas; toda vez que, si no hubiese que pagar ese impuesto, podríase emplear más dinero en las líneas o en la reducción de las tarifas de transporte.

Además de los ferrocarriles tenemos allí tranvías, obras hidráulicas, gasómetros, empresas de utilidad pública de toda clase. Hasta hace poco tiempo eran nuestros los teléfonos. Hemos construido puertos y sistemas de irrigación.


Las entidades británicas tales como Bovril, Lie- big’s, La Forestal y la Argentine Southern Land Company, sin hablar de los particulares, poseen millones de acres de terreno y millones de cabezas de ganado. Y la mayor parte de esas entidades y sus empleados británicos, hombres jóvenes de los de fibra verdadera, realizan asimismo sus compras en Inglaterra, siempre que pueden, y no es culpa suya si no pueden hacerlo.

Los beneficios son buenos y pagan los correspondientes impuestos británicos.”

“Por lo que se refiere a los fletes, la mitad de las 11 millones de toneladas que entran anualmente en los puertos argentinos es británica, y una parte considerable de esta mitad ha sido construida especialmente para el comercio de carne chilled, en el que compite con varias líneas extranjeras subvencionadas” 2.

Reducir la importación de productos argentinos para forzar la modificación de cambios, sacaba en conclusión Robertson, era inferir un golpe a los propios intereses ingleses.

Pero la misión argentina no hizo valer nada en defensa de los bienes nacionales.


“La actitud borreguil con que nos presentamos en Londres —acusaron los hermanos Irazusta— despertaron el apetito de los ingleses, quienes a poco andar, abusando del terror que inspiraban a nuestros negociadores, les arrancarían todas las cartas de nuestro juego, que ellos conocen mejor que nosotros.

Y lo que pudo ser el plan de una espléndida maniobra diplomática sirvió para dirigir la operación de afianzar nuestra servidumbre”.


El convenio


El 27 de abril se firmó el Tratado de Londres (o pacto Roca-Runciman, como fue más conocido), con un protocolo adicional signado el 19 de mayo.


LA FIRMA DEL TRATADO

Dos fueron los puntos importantes del convenio. Por uno de ellos el Reino Unido reconocía la importancia de la carne enfriada en la economía argentina y garantizaba evitar restricciones en las importaciones de carne por debajo del 90 por ciento del trimestre finiquitado el 30 de junio de 1932.

Por el segundo —médula del pacto—, Inglaterra obtenía la totalidad del cambio proveniente de las compras británicas, evitando el bloqueo de sus ganancias.

Por su parte, el gobierno argentino abandonaría la política de reducción de las tarifas ferroviarias (rebaja que se fundamentaba en la disminución de un 8 por ciento de los salarios de los obreros ferroviarios, que regía desde el 18 de enero) y daría protección a los intereses de las empresas británicas, derogando a la vez el decreto que gravaba las importaciones desde ese país, una gama de productos que abarcaba desde el whisky, vidrios pinturas, motocicletas y hasta el carbón y materiales para los ferrocarriles.

“Las Cristalerías Rigolleau estaban fabricado en Berazategui el vidrio llamado inglés, en tan buenas condiciones de calidad y precio, que en el mercado interno desplazó al importado —ejemplifica José Luis Torres en “La oligarquía maléfica”—.




Los fabricantes ingleses, que no se avinieron a enfrentar la competencia y no querían abandonar el dominio del mercado, con las rebajas del derecho aduanero establecido en el tratado Roca-Runciman lograron vender en plaza a un precio inferior al del producto nacional cuya fabricación debió suspenderse.”



El “tratamiento benévolo” a los capitales británicos significó entre otras cosas, la no coordinación de los ferrocarriles con los micros y camiones dentro del territorio argentino y la creación posterior de una Corporación de Transporte de la ciudad de Buenos Aires, en manos de los ingleses.

Se formalizó la Conferencia de Fletes, reconociéndose a empresas frigoríficas argentinas una cuota del 15 por ciento, siempre que no persiguieran “fines de beneficio privado” y fuesen sostenidas por el gobierno con la intención de mejorar los precios del ganado, “sobreentendiéndose que dichos embarques serán colocados en el mercado por las vías normales”, presumiblemente en barcos británicos.

La medida representaba un fracaso para Roca, afirmó Peter H. Smith en “Carne y política en la Argentina”, pues el gobierno argentino renunciaba a controlar la distribución de las exportaciones de carne. Gran Bretaña se comprometió a colaborar en una reforma económica y financiera en la Argentina, que derivó en la fundación del Banco Central de la República.

En el momento del tratado existían utilidades de empresas británicas radicadas en la Argentina por 9 millones de libras esterlinas, que no se podían girar a Inglaterra. El gobierno nacional contrató un empréstito, emitiendo títulos por 13 millones de libras, destinado a desbloquear las utilidades.


“Este empréstito me abrió los ojos —exclamó Raúl Scalabrini Ortiz—; las ganancias internas se transformaron en deuda externa presentada a los ojos del gran público como una ayuda financiera prestada por Inglaterra para contribuir a nuestro progreso“3.


Las reacciones inmediatas

El diario La Razón del 28 de abril de 1933 comentó el tratado alborozado. “Estamos, como argentinos, muy contentos y patrióticamente obligados por la manera como se ha desempeñado la misión de nuestro país en un trance tan difícil y en un escenario expuesto a la atención interesada del mundo entero”.

“El doctor Roca no hubiese puesto su firma a un compromiso trivial, más o menos aparatoso, pero en el fondo inocuo o inconducente —seguía el vespertino—. Varias veces debió preferir su regreso a Buenos Aires con las manos vacías.

Pero siguió prestando oídos y sugiriendo recursos y procedimientos, dentro de su discreción habitual, y permitió de ese modo, en casi tres meses de negociar, discutir y combinar, que las cosas llegaran a definirse en un pacto como el suscripto ayer.

El vicepresidente de la República no ha tenido que vencer a un adversario, pero Nos ha asegurado una amistad que no es doblemente preciosa, sin pedir lo que no debía pedir y sin ofertar lo que no podía comprometer.”


No pensó igual la Unión Industrial Argentina, quien censuró la política oficial que involucraba el pacto. Para ella significaba vender carnes a Inglaterra y comprarle todos los productos manufacturados, con lo cual la industria nacional era condenada a la ruina.

Antes de la firma del tratado, en marzo, dio a publicidad una declaración en la que denunciaba “una tendencia económica que sólo contempla intereses agropecuarios”. Al mes siguiente se efectuó la más importante movilización proteccionista llevada a cabo en este siglo por la Unión Industrial, según afirma Dardo Cúneo en Comportamiento y crisis de la clase empresarial.

En la tribuna del Luna Park, bajo el lema “Pro Industria y Trabajo Nacionales”, Luís Colombo, presidente de la Unión, dijo:

“Queremos que la salvedad que se hiciera en el protocolo firmado en Londres, sea cumplida con toda fidelidad por los que han de concertar el acuerdo definitivo, en cuanto aquél estableció que la reducción de derechos aduaneros alcanzara hasta donde lo permitan las necesidades fiscales y el interés de las industrias nacionales”.

Muy diferente fue el clima de la Sociedad Rural. Horacio C. Bruzzone, su presidente, lo reflejó en los Anales de la institución. “Sabíamos bien que desde la firma de los convenios de Ottawa, grandes dificultades existían para poder llegar a una convención amplia que satisficiera !os legítimos derechos de Inglaterra y la Argentina”. Pero confiaban en Roca y no fueron defraudados por su gestión.


“Particularmente a la Sociedad Rural Argentina, ella le da un doble motivo de satisfacción —interpreta—. Ve triunfar los principios que siempre ha sostenido: el de la reciprocidad en materia de comercio internacional y el de rebaja de tarifas aduaneras, cuyo efecto pernicioso en la economía mundial resalta con toda elocuencia en la aguda crisis por que atravesamos” 4.

No conforme con ello, en el homenaje que a la misión Roca tributa la Bolsa de Comercio, al hablar el presidente de la Sociedad Rural felicitó efusivamente a los negociadores y anticipó “una nueva era de hechos de solidaridad social, cuyos resultados podrá apreciar el país a breve plazo”.

Alberto Hueyo procuró contener la absoluta preeminencia británica que se oteaba e intentó facilitar las relaciones económicas con los Estados Unidos.


“Como los productos de ese origen obstaculizaban a los ingleses en el mercado argentino —diría Arturo Frondizi en “Petróleo y Política”—, el gobierno recargó un 20 por ciento el tipo oficial de cambio para las mercaderías introducidas sin permiso previo. Esta medida torpedeó a los productos norteamericanos en beneficio de los ingleses”.

El 18 de julio debió renunciar Hueyo y La Prensa del día siguiente publicaba un telegrama de Londres que comentaba:


“En muchos círculos de esta capital se admite como probable que las demandas británicas en favor de una reducción de los aforos precipitaron la crisis del gabinete argentino, que originó la dimisión del ministro de Hacienda”.
Discusión del pacto

El mismo día que renunció Hueyo comenzó a discutirse el Tratado de Londres en la Cámara de Diputados de la Nación.


NICOLÁS REPETTO

Adrián C. Escobar defendió la política del gobierno en la negociación y el control de la cuota de importación de carne por los ingleses, porque esta última, al tratarse de una estipulación contractual a favor de otro país de un derecho que la Argentina no había ejercido nunca, no había cedido ninguna ventaja.

Agregó que se podía crear una industria nacional, pero que no valía la pena porque el costo de la misma “resultaría elevadísimo e inaceptable para nuestro pueblo”.

El diputado socialista Nicolás Repetto impugnó el pacto en varios aspectos, pero principalmente en el destinado a establecer privilegios y protección a las empresas británicas.


“Esta cláusula —tronó Repetto— puede alcanzar dos significados: o no habíamos prestado la debida y legítima protección a los capitales ingleses o nos disponemos de ahora en adelante a darles un tratamiento preferencial. Lo primero es inexacto y lo segundo inaceptable, por imprudente y humillante”.

Leyó un telegrama de Londres aparecido en La Nación del 12 de julio, en el cual el duque de Atholl —presidente de la Compañía de Tranvías Anglo- Argentina—, que había conversado muchas veces con los miembros de la misión Roca, manifestaba que como resultado del convenio anglo- argentino estaba convencido de la pronta solución del problema del transporte en Buenos Aires.

Respondió a la crítica el ministro de Relaciones Exteriores, doctor Carlos Saavedra Lamas, quien señaló:


“Hay un deber de protección a todos esos capitales, que debe considerarse, por ejemplo, en materia de empresas de transporte. La segunda edad en que está la industria del transporte en el mundo, entre el camión y ante el ómnibus, lo he visto resolverse en Estados Unidos por un sistema de coordinación de las distintas entidades de tráfico, que no va a traducirse con una logrería particular de las empresas, consentida por el gobierno.

Es simplemente el amparo que nuestra gran constitución, que es más amplia que la americana, ha ofrecido a todos los capitales del mundo; y en este caso no hay por qué no ratificar dicho amparo con Inglaterra, y más aún tenemos el deber de declararlo y prestarlo a Inglaterra en cada caso”.


Confesando en seguida:

“Estamos en una dolorosa dependencia de los mercados exteriores.No hemos creado y fomentado, no hemos vigorizado ni estructurado la República para tener el equilibrio de nuestro gran mercado de producción”.

José Luis Pena, otro diputado socialista, se dedicó a enfocar las consecuencias del convenio con relación al cambio y los pagos de utilidades.

“Las consecuencias de este convenio están a la vista. En virtud de este tratado hemos entregado todos los resortes de la economía nacional al contralor del capital extranjero —declaró categóricamente—. Por de pronto, el gobierno de la Nación ha cargado con la obligación de reintegrar las utilidades de los ferrocarriles y de otras compañías de servicios públicos extranjeros, devolviéndolas con intereses en virtud del llamado empréstito inglés.

La falta de giros para las remesas de dinero al exterior era, desde luego, la evidencia de que se habían hecho ganancias extorsivas por aplicación de tarifas incompatibles con el estado actual de la economía argentina. Y así los señores diputados podrán ver, por las cifras que voy a dar del empréstito inglés, cuáles eran las empresas que habían acumulado en el país argentino las utilidades que pesaban en el mercado de cambios sin poder girar.


El empréstito inglés fue de 13 millones de libras. 

El 70 por ciento fue destinado para pagar utilidades de los ferrocarriles Central Argentino, Pacífico, Oeste, Midland, Ferrocarriles de Petróleo, Ferrocarril de Entre Ríos, Nordeste Argentino, Aguas Corrientes de Bahía Blanca, Obras Sanitarias de Santa Fe, Compañía Comercial de Rosario, Compañía de Gas, Compañía de Electricidad de la provincia de Buenos Aires y Compañía de Aguas Corrientes de la misma provincia, Compañía Anglo-Argentina. 
En una palabra —sintetizó Pena—, 9.273.000 libras esterlinas fueron aplicadas a este concepto.

El gobierno fue obligado a emitir este empréstito, cuya amortización se extiende por el plazo de veinte años, para facilitar la repatriación de las utilidades acumuladas por esas empresas”.

Ante las acusaciones del diputado demócrata progresista Julio A. Noble, el integrante de la misión Roca y miembro de la Cámara, Miguel Angel Cárcano, defendiendo el tratado hizo resaltar la conveniencia de no luchar “con nuestro mejor cliente y amigo. ¿No era lo más sensato, lo más prudente buscar puntos de concordancia, fortificar los vínculos de cohesión entre las dos naciones?”.

Por último, el 19 de julio, el pacto Roca-Runciman fue aprobado en Diputados por 61 votos (conservadores, radicales antipersonalistas y socialistas independientes) contra 41.
Los senadores quieren engañarse

En el Senado la discusión tuvo menores alternativas, pero se hicieron acusaciones igualmente graves. El canciller y los representantes oficialistas repitieron los argumentos empleados en la otra Cámara para justificar el tratado.


Lisandro de La Torre ( Caricatura)


La débil posición de la misión Roca para encarar las discusiones con los británicos fue criticada por el anciano senador José Nicolás Matienzo.

“Lo que siento es que no se haya explotado en esta negociación un poquito más la circunstancia de que existan colocados en la Argentina 600 millones de libras. Por el contrario, se va a admitir que los ferrocarriles de accionistas ingleses —se exasperó— continúen con las altas tarifas y sigan ocultando sus capitales”.

Lisandro de la Torre comentó punto por punto el tratado anglo argentino lanzando juicios demoledores. Afirmó de entrada que el convenio dejaba a la Argentina en peor situación que antes de su tramitación: “El empeño puesto imprudentemente en firmarlo —aseveró— ha conducido a empeorar la situación, obligándonos a renunciar al control de los embarques de carnes, sin dejar por eso de sufrir una disminución en la cuota básica de Ottawa”.


Crudamente señaló las humillantes condiciones en que se lo había negociado. “En este asunto, señores senadores, la verdad puede establecerse en términos resplandecientes, y es ésta: cuando el gobierno de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte se vio compelido por el doctor Saavedra Lamas a realizar un tratado con la Argentina, se trazó un plan lógico y sencillo: hizo una lista de todo aquello que Inglaterra podía pedir a la Argentina y lo pidió, manifestando que lamentaba no ofrecer en cambio sino la buena voluntad británica, debido a los tratados de Ottawa y al propósito de fomentar la ganadería del Reino Unido.

El gobierno inglés —razonó— no se apeó después de su actitud, y cuando la misión argentina le hizo saber que no aceptaba semejantes condiciones, le contestó que lo deploraba mucho y le dejó expedito el camino de regreso. Eso fue dicho, como se comprende, con la mayor cordialidad, complementada con los bailes, las carreras, los banquetes y las cacerías en obsequio de la misión argentina”.



Para contrarrestar la indiferencia, el gobierno argentino, dueño de yacimientos petrolíferos, se preocupó por mantener la situación privilegiada del carbón británico en el mercado nacional con su entrada libre de derechos, apuntó el senador demócrata progresista; el gobierno no hizo más que concesiones y fue tratado peor que un dominio de Su Majestad. Esas concesiones eran “tan inicuas como la cuota del 85 por ciento y la que prohíbe que existan en la República compañías frigoríficas argentinas de exportación a Inglaterra que persigan fines de beneficio particular”.


“En estas condiciones —agregó— no podría decirse que la Argentina se haya convertido en un Dominio británico porque Inglaterra no se toma la libertad de imponer a los Dominios británicos tales humillaciones. Los Dominios británicos tienen cada uno su cuota, y la administran ellos. Los señores senadores no pueden ignorarlo, porque se ha dicho también en la Cámara de Diputados; lo dijo el diputado Noble”.

“La Argentina es la que no podrá administrar su cuota: lo podrá hacer Nueva Zelandia, lo podrá hacer Australia, lo podrá hacer el Canadá, lo podrá hacer hasta África del Sur. Inglaterra tiene respecto de esas comunidades de personalidad internacional restringida, que forman parte de su Imperio, más respeto que por el gobierno argentino. No sé si después de esto podremos seguir diciendo: ¡Al gran pueblo argentino, salud!” 
Las autoridades nacionales y el oficialismo en el Congreso jugaron a una comedia de equivocaciones. “Todo el mundo desea engañarse —afirmó de la Torre—, yo temo que los señores senadores también quieran engañarse”. Su juicio fue acertado, el Poder Ejecutivo anhelaba el pacto Roca-Runciman aprobado y lo obtuvo prontamente, originando la ley 11.693.


La llave maestra de la dependencia

Rodolfo y Julio Irazusta en La Argentina y el imperialismo británico, escrito al calor de los acontecimientos, llegaron a la conclusión de que, si bien el tratado firmado era lamentable, “más grave todavía fueron las declaraciones que lo acompañaron, las más deprimentes hechas por representantes del país en todo el curso de su historia”. No estuvo de acuerdo con ese punto de vista Miguel Angel Cárcano y defendió el pacto.


“La verdad es que siendo el primero de esa naturaleza que se hacía con nuestro cliente máximo, el instrumento no pudo ser mejor. 

Lo hicimos en momentos difíciles, después de Ottawa —aclaró—. Hubo puntos oscuros que no podían ponerse más claros debido a que ninguno de los dos países tenía experiencia en tratados de esa índole, en cuanto al manejo de cuotas. Eran puntos ambiguos, pero con una interpretación honesta, como la que tuvo, no hubo dificultades para ninguna de las dos partes”.
Este tratado fue la llave maestra que abrió paso al intercambio de carne y cereal por carbón y petróleo, conocida como la ecuación del vasallaje, y la secuela de consecuencias adversas para la economía nacional fue un mentís para “la interpretación honesta”.


FEDERICO PINEDO - 3 VECES MINISTRO DE ECONOMÍA

Como medida inmediata el nuevo ministro de Hacienda, Federico Pinedo, lanzó varios decretos el 28 de noviembre de 1933 que se centralizaban en dos medidas capitales: la reorganización del régimen de cambios y la desvalorización del peso.

El reverso de la misma fue puesto de relieve en la Cámara de Diputados con datos demostrativos del aumento inmediato sufrido por la mayoría de los artículos, importados o no, y la reducción del poder adquisitivo de los salarios obreros.


Los efectos de la crisis no se disiparon con las medidas aplicadas por el ministro de Hacienda y entonces tomó estado público la existencia de un trust de cerebros —así lo llamaban los diarios— que asesoraba a Federico Pinedo.

Se trataba de un equipo que en menos de dos meses mandó al Congreso seis proyectos: creación del Banco Central, Ley de Bancos, Instituto Movilizador, Ley Orgánica del Banco Hipotecario, Ley Orgánica del Banco de la Nación y Ley de Organización de las instituciones mencionadas.

El debate sobre los nuevos proyectos económico-financieros estuvo plagado de interrupciones e imputaciones, y antes de que fueran aprobados Pinedo confesó que el proyecto del Banco Central había sido preparado por el experto inglés Otto Niemeyer, “del cual adoptamos no sólo muchas ideas sino también la fraseología.

Lo hicimos —detalló— porque no queríamos crear inconvenientes inútiles a la sanción de los proyectos y sabíamos que, por una curiosa modalidad del espíritu colectivo, en ese momento se facilitaba la adopción de las iniciativas del gobierno si podíamos presentarlas como coincidiendo en mucho con lo aconsejado por el perito extranjero”5.


El 31 de mayo de 1935 se dieron por terminadas las funciones de los distintos organismos del sistema económico anterior y el 6 de junio el presidente de la República, general Agustín P. Justo, inauguró oficialmente el Banco Central, prometiendo “preservar de toda injerencia política al nuevo instituto regulador”.


Raúl Scalabrini Ortiz confesaba: “El Banco Central es la entrega, no durante un período; es la entrega permanente a Inglaterra de la moneda y del crédito argentino. Él ha echado sobre nuestra generación la responsabilidad de haberlo permitido sin sublevarnos”.

Otras consecuencias del “trato benévolo” a las empresas de capital inglés, prometido por el pacto Roca-Runciman, se pudo apreciar antes de que finalizara el año en que se lo había firmado.

La Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires designó una comisión especial, en diciembre de 1933, que presentó un proyecto de ley que propugnaba la creación de un monopolio de transportes urbanos controlado por la Compañía Anglo-Argentina de Tranvías.


ROBERTO M. ORTÍZ

Fue sometido al intendente Mariano de Vedia y Mitre para que lo elevara, por intermedio del Poder Ejecutivo, a la aprobación del Congreso Nacional.

La comisión que propuso esa medida estaba integrada por Roberto M. Ortiz, abogado de ferrocarriles ingleses y futuro presidente de la Nación; Pablo Nogués; Manuel C. Castello, asesor del Ferrocarril Sur, y Agustín Pestalardo.

En 1936 se sancionó la ley de la Corporación de Transportes y al año siguiente la de Coordinación. Se restablecía el monopolio de los ferrocarriles y medios de transportes británicos quebrados por los colectivos, micros y camiones.

Con toda justicia el pacto Roca-Runciman fue considerado una pieza fundamental de lo que se llamó el estatuto legal del coloniaje.

FUENTE: Historia Integral Argentina

Notas

1 Ramón Columba, El Congreso que yo he visto (1934-1943), Buenos Aires, pág. 35/36.

2 Citado por Jorge Abelardo Ramos en Revolución y Contrarrevolución en la Argentina, Bs., As., J965, página 403/4.

* Citado por Norberto Galasso: Vida de Scalabrini Ortiz, Bs. As., 1970, pág. 176.

4 Anales de la Sociedad Rural, mayo de 1933.

5 Federico Pinedo, En tiempos de la República, Buenos Aires, 1946, pág. 160.







Bibliografía

Anales de la Sociedad Rural Argentina, LXVII, N9 5, mayo de 1933.

Columba, Ramón: El Congreso que yo he visto (1934-1943), Buenos Aires, 1951.

Conil Paz, Alberto y Ferrari, Gustavo: Política exterior argentina (1930- 1962), Buenos Aires, 1964.

Cúneo, Dardo: Comportamiento y crisis de la clase empresarial, Buenos Aires, 1967.

Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados de la Nación (Sesiones 7 de junio y 18/19 de julio de 1933).

Diario de Sesiones de la Cámara de Senadores de la Nación (27 y 28 de julio de 1933).

Galasso, Norberto: Vida de Scalabrini Ortiz, Buenos Aires, 1970.

Ibarguren, Carlos: La historia que he vivido, Buenos Aires, 1964.

Irazusta, Rodolfo y Julio: La Argentina y el imperialismo británico, Buenos Aires, 1934.

Liceaga, José V.: Las carnes en la economía argentina, Buenos Aires, 1952.

Pinedo, Federico: En tiempos de la República, Buenos Aires, 1946.

Puiggrós, Rodolfo: Libre empresa o nacionalización en la industria de la carne, Buenos Aires, 1957.

Ramos, Jorge Abelardo: Revolución y Contrarrevolución en la Argentina, Buenos Aires, 1965.

Repetto, Nicolás: Mi paso por la política, Buenos Aires, 1957.

Scalabrini Ortiz, Raúl: Política británica en el Río de la Plata, Buenos Aires, 1957.

Smith, Peter H.: Carne y política en la Argentina, Bs. As., 1968.

Torres, Jorge Luis: La oligarquía maléfica, Buenos Aires, 1953.

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