Cuna de gato, de Kurt Vonnegut



Publicada algunos años antes que Matadero cinco, en Cuna de gatoel escritor norteamericano ya observaba a los humanos como si fueran extraterrestres, con distancia irónica y extrañada. /


Por Lucas Mertehikian



¿Qué hace que un relato sea verdadero? ¿En qué punto se dirime la verdad de un libro? La literatura argentina –pero lo de “argentina” sí que es pura falsedad, diríaKurt Vonnegut– registra una respuesta célebre en –cuándo no– Borges. Al final de “Emma Zunz” hemos aprendido que el relato de Emma era verdadero porque verdadero era el tono, verdadero el pudor, verdadero el odio; “solo eran falsas las circunstancias”. 

Con una declaración tal vez menos paradójica, pero en el mismo registro, comienza Cuna de gato, de Kurt Vonnegut, publicado originalmente en 1963 y reeditado ahora en una nueva traducción: “En este libro nada es cierto”, dice uno de sus epígrafes. 

Pero luego hay otro: “Vive de acuerdo con los foma”, que son, según la doctrina del bokononismo que el libro enseña, “falsedades inofensivas”. Seis años más tarde, el libro más famoso de Vonnegut, Matadero cinco, volverá sobre el mismo problema, otra vez desde su inicio: “Todo esto ocurrió, más o menos”, dice en su primera oración. 

Y más allá de la distancia que separa el “nada es cierto” (pero no importa) del “más o menos” (pero sucedió), lo que queda es la apertura de un vacío entre acontecimiento y narración que a menudo le ha ganado a Vonnegut la etiqueta de posmoderno, pero que más valdría tomar como punto de partida para una exploración de nuevas posibilidades de pensar formas de la experiencia y de la comunidad después de sobrevivir al horror.

El horror es, en Cuna de gato como en el resto de los libros de Vonnegut, la guerra y sus sueños de exterminio, que se hacen palpables en bombardeos como el de Dresde (del que Vonnegut era un sobreviviente) o Hiroshima. 

El libro abre, de hecho, con la búsqueda por parte del narrador de información para un libro acerca de Félix Hoenikker, uno de los mentores (ficcionales, si importa) de la bomba atómica. Pero el narrador (“Pueden llamarme Jonás. 

Mis padres me llamaron así, o casi”, empieza, en un doble señalamiento a Moby Dick y a esa grieta que se abre en lo real) no está interesado en números o estadísticas, sino en reconstruir los eventos mínimos que rodearon la vida cotidiana de Hoenikker el día en que la primera bomba cayó sobre Japón: “Mi libro no hará hincapié en el aspecto técnico sino en el aspecto humano de la bomba”, dice, acerca de su proyecto.

Entregado a esa reconstrucción microhistórica del horror, que liga con los grandes temas del siglo pasado (cómo escribir después de Auschwitz, la ruina del humanismo…), llega a conocer a los tres hijos de Hoenikker, cuya madre ha muerto en el último parto: Angela, Frank y Newton. 

Newton es el que le cuenta al narrador que cuando era un niño, el día de la bomba, Hoenikker intentó jugar con él, por única vez en su vida, mostrándole una “cuna de gato” hecha con hilos entre sus dos manos que lo espantó por completo. Ese recuerdo y el supuesto último invento de Hoenikker, una extraña sustancia que podría convertir toda la tierra en hielo (el hielo-nueve), son las obsesiones que marcan la búsqueda.


Como buena parte de la literatura del siglo XX, la novela de Vonnegut participa de una imaginación de la catástrofe que cuestiona la posibilidad de seguir adelante y pone en crisis las formas de vida conocidas.


A partir de allí, las relaciones entre el narrador y los hijos de Hoenikker se expanden, y todos terminan juntos, aunque con distintos roles, en la isla de San Lorenzo, una república (“bananera”) del Caribe gobernada por el dictador “Papá” Monzano, donde Frank Hoenikker ha llegado a general. 

En San Lorenzo, un país extraño, aliado anticomunista de los Estados Unidos, donde se habla una especie de inglés deformado, todos profesan el bokononismo, una religión inventada por Bokonon, el fundador de la isla, perseguido por “Papá”. 

El bokononismo, en términos generales, promueve la disolución de la identidad de distintas formas: en el uso indiscriminado de la mentira, en el regreso al “barro” del que todos venimos, en la idea del destino, en aceptar “ir a cualquier parte que sugiera cualquiera”. 

En realidad, la persecución de los bokononistas es una especie de ficción fundante de un orden extraño, una mascarada que mantiene las cosas “en equilibrio” en la isla: la religiosidad de los isleños es un secreto abierto, pero cada dos años, uno de ellos es ejecutado por practicante. Mientras tanto, Bokonon se esconde en el interior de la isla.

Pero todo eso es pasado cuando el narrador escribe, y aquí el punto de vista temporal importa. La perspectiva narrativa es la de un “ahora” que ubica al narrador por delante de todo lo que cuenta: ahora que lo sabe todo, ahora que profesa el bokononismo, ahora que se ha descubierto el hielo-nueve, ahora que todo ha terminado… 

Un “ahora” denso, porque sugiere “la unidad en cada segundo de todo el tiempo y en toda la errabunda humanidad”, una perspectiva temporal total y dispersa como el estilo de capítulos brevísimos, casi viñetas, de sucesión estrictamente cronológica pone en escena (y anticipa la fragmentariedad y los viajes en el tiempo de Matadero cinco). En esta narración del futuro como pasado se cifra el uso de la ciencia ficción que Vonnegut hace, junto con la famosa sentencia –casi una consigna– que Ballard propuso alguna vez para el género: “El único planeta alienígena es la Tierra”.

Sin los habitantes del planeta Tralfamadore que Vonnegut presentó en Las sirenas de Titán y recuperó en otros libros, en Cuna de gato lo terrestre muestra su extrañeza por la distancia irónica y la mirada extrañada que la narración de los hechos y los personajes imponen. 

El bokononismo es una doctrina ejemplar en este sentido: a los bokoninostas les repugnan por igual la reproducción (sexuada) y las comunidades preconcebidas, falsas (granfalloon), que tienen su epítome en los Estados nacionales (los únicos que en realidad van a la guerra): “Otros ejemplos de granfalloon son el Partido Comunista, las Hijas de la Revolución Americana, la compañía General Electric, la Independiente Orden de Odd Fellows y cualquier país, en cualquier época y lugar”. 

Contra la reproducción de esas comunidades falsas (y fallidas, al menos en la perspectiva histórica de Vonnegut), Bokonon propone el karass, equipos que se reúnen involuntariamente, “una forma tan elástica como una ameba”; y el boko-maru, un ritual en el que dos personas ponen en contacto las plantas de sus pies para fundir sus almas. 

Es que en Cuna de gato, los personajes van perdiendo de a poco la energía sexual, las parejas se deshacen o se suicidan, las familias disfuncionales proliferan. Como buena parte de la literatura del siglo XX, la novela de Vonnegut participa de una imaginación de la catástrofe que cuestiona la posibilidad de seguir adelante y pone en crisis las formas de vida conocidas.

“No hay gato, no hay cuna”, dice Newton, mientras mira un cuadro pintado por él mismo y recuerda el juego de hilos entre las manos de su padre. ¿Qué se cuela por eso vacío que se abre entre el nombre y la cosa?
La historia, la guerra, el horror, la vida como la conocemos. Todo, cualquier cosa, más o menos, casi, responde Vonnegut.

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