“Distancia de rescate”, de Samanta Schweblin




La nueva nouvelle de Samanta Schweblin es un relato tan original como impactante que la confirma como una de las voces fundamentales de la literatura joven argentina.


Por: Malena Rey




Resumir o glosar el argumento de Distancia de rescate en pocas líneas es una tarea difícil que se vuelve innecesaria. Puede decirse que es una novela sobre la estrecha y conflictiva relación entre las madres y sus hijos pequeños, y estaríamos en lo cierto. 

También podríamos afirmar que esta es una historia de terror, un relato asfixiante sobre la transmigración de las almas, y no estaríamos mintiendo. O podríamos arriesgar que se trata de una de las primeras novelas argentinas en ocuparse del campo como escenario en el siglo XXI, de la transformación de ese espacio verde y bucólico de los siglos XIX y XX en pesadilla agrotóxica, y no sería tan errado. 

Lo interesante de todo esto es que Samanta Schweblin no necesitó más de 124 páginas para condensar una historia fuerte y conjugarla con una serie de recursos no por históricamente literarios menos fecundos. Y si bien es cierto que ella es una autora de cuentos –y es una de las referentes nacionales más indiscutidas del género breve, con el que dio muestras acabadas en El núcleo del disturbio de 2002 y Pájaros en la boca de 2009–, la historia de Amanda, Carla, Nina y David necesitaba otra extensión. Una que le permitiera trabajar los matices de sus voces, desenrollar el hilo que los mantiene atados a sus existencias mundanas para hacerlos trascender en sus destinos trágicos. 

El recurso que encontró Schweblin para presentarlos y hacerlos hablar –un verdadero hallazgo– es el relato a dos voces: una insistente, incisiva, de David, que guía en el presente de la narración los recuerdos de Amanda y le exige que los cuente. Esta voz sabe que hay un meollo, un núcleo al que ella debe llegar sola para “darse cuenta de lo importante”, y para eso deberá repasar con lujo de detalles todo lo que sucedió en los últimos días, aunque su futuro ya sea irremediable. 

Amanda tendrá entonces que reponer los acontecimientos, ordenarlos, medirlos, referirlos pausadamente porque “el punto exacto está en un detalle, hay que ser observador”, dice David permanentemente. 
Todo lo que ella cuente estará minado de posibles claves, y como lectores asistimos a su propia búsqueda, a su pesquisa nerviosa y desesperada a partir de preguntas, algunas de ellas sin respuesta, que van marcando el vertiginoso ritmo del relato (“¿Qué pasa en ese mismísimo momento? ¿Cuándo empezaste a medir esa distancia de rescate? ¿Qué se siente ahora, exactamente ahora? ¿Por qué las madres hacen eso?”).

Sin adelantar demasiado sus principales hallazgos, sí diremos que pertenecen a dos tiempos diferentes: un pasado próximo al relato de Amanda, y otro más remoto y escalofriante, evocado por Carla; lo que importa aquí es la presión que se va generando, explicitada por esa “distancia de rescate”: “así llamo a esa distancia variable que me separa de mi hija y me paso la mitad del día calculándola, aunque siempre arriesgo más de lo que debería”, dirá la misma Amanda. 

Esa suerte de cuerda invisible que la mantiene unida a su hija puede tensarse tanto como las situaciones por las que pasan, verdaderas pesadillas solapadas. Hay un temor latente durante todo el libro, una espera difícil y confusa, y una insistencia permanente por el detalle. Y acá ingresa de lleno el terror, usado con sutileza, sin regocijos: lo mismo puede asustarnos un veneno invisible que una aparición inesperada en medio de la noche o el misterio de una curandera que salva a los niños con la condición de transmigrarlos.


“La nouvelle comenzó siendo un relato sobre qué pasa si tu hijo de tres o cuatro años te dice ‘No soy yo’.”


“El campo en mi cabeza empezó a cambiar sus colores. Pasó a ser un espacio terrorífico”, cuenta Schweblin en la presentación de la novela en una librería porteña, a sala llena, ante las preguntas de Mariana Enriquez, amiga suya y también eximia cuentista argentina. Y menciona entonces una palabra clave: glifosato, el compuesto tóxico que se le echa a la soja en las extensiones de cultivo y que tiene consecuencias nocivas en la salud de las personas. 

Del campo y sus quintas como espacio de recreo y esparcimiento, pasamos al campo como espacio del peligro, del contagio. La presencia asordinada del veneno ingresa al plano narrativo y acompañará los develamientos de la novela, hasta estallar en la última línea del libro, en la que el punto de vista muta. “A veces no hay tiempo para confirmar el desastre”, dice enigmáticamente Carla en otro pasaje, la contrafigura de la protagonista, ante la certeza de lo irremediable.

Al igual que en sus historias breves, la presencia de lo siniestro cobra especial relevancia en Distancia de rescate. David, el niño que quizá sea el verdadero centro de la historia, y Nina, la pequeña hija inocente de Amanda, son tan inquietantes y truculentos como lo era Sara, la jovencita del cuento “Pájaros en la boca”, con su extraña costumbre de comer aves. Schweblin dirá en este sentido que “la nouvelle comenzó siendo un relato sobre qué pasa si tu hijo de tres o cuatro años te dice ‘No soy yo’”. Las consecuencias de tan terrible extrañamiento son procesadas literariamente por la autora en esta novela madura y potente.

Otra recurrencia de la ganadora de la última edición del Premio Rulfo y del Casa de las Américas se da en el tratamiento del mundo femenino: sus mujeres pertenecen a universos bien reconocibles y palpables, pero pocas veces se sienten cómodas en sus roles. De esto ya había dado muestras en su excelente cuento “Conserva”, en el que una embarazada se arrepiente de la llegada de la hija, y monta junto a su marido un operativo para revertir el nacimiento, haciendo que la gestación suceda al revés: el relato termina con ella vomitando el óvulo fecundado en vez de con la escena del parto.

Entre todos los puntos altos de Distancia de rescate, uno de los lanzamientos más interesantes del año a juzgar por la forma en la que Schweblin elige narrar los hechos y por las interpretaciones posibles que se despliegan, quizá lo más original sea el recurso del diálogo: “Me interesó la figura de David empujándola [a Amanda] para que ella cuente, para que encuentre una verdad. Él la reorienta. Y me di cuenta que todas las cosas que le hacía decir me las estaba preguntando a mí misma. Era una manera de investigar mi propio texto y de saber qué es lo importante cuando una escribe”.

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