El Oso. Publicada originalmente como un folletín, la novela policial de Emilio Di Tata Roitberg ya agotó cuatro ediciones. Retratos de un éxito y de su autor.
POR RODOLFO EDWARDS
Con cientos de libros en el baúl, Di Tata Roitberg recorrió la Patagonia. “Me sentía en una película de Sorín”, cuenta.
Emilio Di Tata Roitberg se ha convertido en un fenómeno editorial en la Patagonia. Su novela El Oso agotó cuatro ediciones y va por más. Incluso ya tiene una edición inglesa. Edhasa reeditó recientemente este exitoso policial, que se distancia de otros productos del género porque Di Tata Roitberg está muy lejos del tono ácido o el pastiche caricaturesco alla Pulp Fiction que suelen caracterizar los textos que se enancan al tópico de la marginalidad.
“Me gusta escribir sobre lo que sé, sobre lo que conozco bien.
Me encantan los destellos de genialidad que tienen los narradores orales, gente que tal vez no lee nada pero es muy buena narrando” dice este flaco, sonriente y algo tímido escritor que irradia serenidad al hablar del éxito de su novela.
Di Tata Roitberg nació en la ciudad de Buenos Aires pero creció en el oeste del conurbano bonaerense, en una zona entre Laferrere y González Catán.
Recuerda una canción de Joaquín Sabina que mentaba esos lugares: Dieguitos y Mafaldas , aquella que habla de una chica “pulenta” que se tomaba el 86, con el cartelito “La Boca X Laguna”, para ir hasta la Bombonera.
Su padre pasó por muchos oficios: fue canillita, trabajó en la construcción y también se dedicó a montar variados tipos de negocios, lo que obligó a la familia a constantes mudanzas. Finalmente recalaron en Bariloche, donde abrieron una panadería hacia finales de la década del ochenta.
Su padre pasó por muchos oficios: fue canillita, trabajó en la construcción y también se dedicó a montar variados tipos de negocios, lo que obligó a la familia a constantes mudanzas. Finalmente recalaron en Bariloche, donde abrieron una panadería hacia finales de la década del ochenta.
Arraigo y desarraigo, un vaivén de lugares e identidades fueron forjando un espíritu nómade que marcó su obra.
Siendo veinteañero Di Tata Roitberg volvió a Buenos Aires; recaló en una pensión del barrio de Monserrat, con el claro objetivo de dedicarse a escribir.
Corrían los años 90 y tuvo como vecinos a unos rusos, exiliados del descalabro de la vieja URSS.
Corrían los años 90 y tuvo como vecinos a unos rusos, exiliados del descalabro de la vieja URSS.
Lecturas de los clásicos rusos se mezclaban con los olores de la cocina y los relatos de estos exiliados forzosos que se sentían felices de vivir en la Argentina, minimizaban cualquier inconveniente y le decían a cada rato “en la Unión Soviética es todo mucho peor”.
Cuando llegó a la Reina del Plata pensaba encontrarse con los personajes de Rayuela de Cortázar pero en vez de la Maga o Gregorovius se le aparecían como espectros “personajes de sainete de los años veinte” y una Buenos Aires anacrónica y aluvional que no se correspondía para nada con sus sueños.
En 1998 recibe un importante incentivo: gana el premio de narrativa del festival cultural “Buenos Aires no duerme”.
También vivió en Madrid y Jerusalem. Esa experiencia viajera sirvió, en cierta manera, de envión para su escritura: “Gogol escribió buena parte de su ‘obra rusa’ en Roma.
Cuando estuve viviendo en Madrid, yo escribía sobre Bariloche.
Es bueno tomar una distancia para escribir”, afirma.
A la hora de las influencias nombra a Tolstoi, Graham Greene y Milan Kundera y a los locales Osvaldo Soriano y Roberto Fontanarrosa.
En El Oso un narrador testigo sigue las andanzas de Andrés, un joven antihéroe que nunca termina de enderezar su vida y se ve involucrado, un poco de rebote, en una telaraña criminal de la que no puede zafar arrastrado por una inercia y una abulia que lo someten a decisiones ajenas; finalmente termina en la cárcel.
Pero en medio de ese desastre existencial, Andrés encuentra una fantasía perfecta, una especie de oasis con formas femeninas que consigue despertar en su mente una ilusión, una esperanza, una posibilidad de desandar el camino del infierno: “Por un segundo sus miradas se cruzan. La piba tiene los ojos entre marrón y verde, y una remera amarilla muy corta que le deja al aire el ombligo.
En El Oso un narrador testigo sigue las andanzas de Andrés, un joven antihéroe que nunca termina de enderezar su vida y se ve involucrado, un poco de rebote, en una telaraña criminal de la que no puede zafar arrastrado por una inercia y una abulia que lo someten a decisiones ajenas; finalmente termina en la cárcel.
Pero en medio de ese desastre existencial, Andrés encuentra una fantasía perfecta, una especie de oasis con formas femeninas que consigue despertar en su mente una ilusión, una esperanza, una posibilidad de desandar el camino del infierno: “Por un segundo sus miradas se cruzan. La piba tiene los ojos entre marrón y verde, y una remera amarilla muy corta que le deja al aire el ombligo.
A Andrés le dan ganas de acariciarle la cabeza como a un perrito, decirle: ‘No te asustés, bebe, acá estoy yo, yo te voy a cuidar…”. “La chica del ombligo”, será la musa de El Oso , su estrella guía, y volverá a aparecer en la continuación de la saga: El Oso en Villa La Angostura , ya publicado en la Patagonia en 2009.
El relato abunda en peripecias y situaciones que pasan ante los ojos del lector como ráfagas que permiten componer un cuadro fidedigno del “lado oscuro de Bariloche”, ciudad clásicamente asociada al turismo, al esquí y al frenesí de fiestas de egresados.
El relato abunda en peripecias y situaciones que pasan ante los ojos del lector como ráfagas que permiten componer un cuadro fidedigno del “lado oscuro de Bariloche”, ciudad clásicamente asociada al turismo, al esquí y al frenesí de fiestas de egresados.
En El Osoestán bien demarcados los espacios sociales: a orillas del lago Nahuel Huapi habitan las clases más favorecidas y en el “alto” viven los pobres y el lumpenaje; para llegar al “centro” hay que “bajar”. “Andrés baja un par de veces más al centro; algunas veces con Fatiga, otras con Julián, el hermano más chico”.
Los personajes que rodean a “El Oso” traen remembranzas de aquel grupo de amigotes de Los inútiles de Fellini, hundidos en un oscuro pozo de hastío y ausencia de proyectos: “En la placita de la desolación cae la noche y aparecen los vampiros: El Negro Peña, los Velázquez y el flaquito ese… ¿cómo se llama? Andrés se ríe solo. Sabe que tiene un nombre estúpido pero no lo recuerda.”
Di Tata Roitberg aclara que no le gustan los estereotipos y que le interesa la realidad que sucede fuera de los convencionalismos.
Se queja de los escritores que suelen vender un cotillón armado con pertenencias y costumbres sociales previsibles. “Todos vivimos en el lodo pero algunos miramos a las estrellas”: esa cita de Oscar Wilde le sirve al escritor patagónico para explicar los cruces sociales que atraviesan el mundo de sus personajes.
El Oso se publicó por primera vez en forma de folletín en la revista Castillos de Palabras, algo que revela la atracción que siempre sintió su autor por la literatura seriada como la que practicaba el Premio Nobel Isaac Bashevis Singer, uno de sus modelos a la hora de escribir.
El Oso se publicó por primera vez en forma de folletín en la revista Castillos de Palabras, algo que revela la atracción que siempre sintió su autor por la literatura seriada como la que practicaba el Premio Nobel Isaac Bashevis Singer, uno de sus modelos a la hora de escribir.
A partir de su primera edición en libro (en 2007, se agotó en tres meses) el derrotero de El Oso fue imparable. Empezó vendiéndose muy bien en Neuquén y Río Negro, lo que decidió a Di Tata Roitberg a largarse a una “gira nacional”: “Empecé a cargar de libros el maletero y recorrí todo el litoral, me metí por esas rutas internas de Santa Cruz, Chubut, Tierra del Fuego.
Me sentía como en una película de Carlos Sorín”, cuenta divertido.
Dice que en todos los lugares tuvo una muy buena recepción y que ofreció charla en colegios, correccionales para menores y penales. En la cárcel de alta seguridad de Viedma tuvo una prueba de fuego: se enfrentó a personas parecidas a los personajes de El Oso y sin embargo muchos de los internos, después de leer la novela, terminaron convencidos de que él era un ex convicto.
Di Tata Roitberg parece desafiar con su estilo simple, lineal y efectivo, cercano a la narración oral, la impostada densidad verbal o los rodeos a los que nos tienen mal acostumbrados otros autores.
El Oso en cambio es “apto para todo público”: “Mi objetivo es que el libro se deje leer. Yo no coincido con algunos escritores que sostienen que leer es un ‘trabajo’, que no es lo mismo que mirar la tele pero para mí leer es un placer o debería serlo. Se pueden tratar realidades muy complejas pero contándolas de manera llevadera”.
En tiempos llenos de estímulos tecnológicos, El Oso narra su historia con sequedad de fábula urbana, sin aditamentos ni colorantes, con un ritmo parejo y sostenido y un protagonista que evoca a cualquier pibe de barrio, abandonado a su suerte.
Di Tata Roitberg parece desafiar con su estilo simple, lineal y efectivo, cercano a la narración oral, la impostada densidad verbal o los rodeos a los que nos tienen mal acostumbrados otros autores.
El Oso en cambio es “apto para todo público”: “Mi objetivo es que el libro se deje leer. Yo no coincido con algunos escritores que sostienen que leer es un ‘trabajo’, que no es lo mismo que mirar la tele pero para mí leer es un placer o debería serlo. Se pueden tratar realidades muy complejas pero contándolas de manera llevadera”.
En tiempos llenos de estímulos tecnológicos, El Oso narra su historia con sequedad de fábula urbana, sin aditamentos ni colorantes, con un ritmo parejo y sostenido y un protagonista que evoca a cualquier pibe de barrio, abandonado a su suerte.
Sin imponer moralejas cuenta lo que hay que contar con una economía de recursos que permite respirar entre las palabras, andar por un terreno desmalezado de glosolalias o florituras verbales. Quizá lo que tenemos más cerca es lo más arduo de contar: Di Tata Roitberg se hizo eco de esa cercanía y le puso voz a estas almas desoladas.