A este último grupo pertenece El gato, publicada en 1966, un magnífico ejemplo de cómo mantener la tensión y el interés del lector siguiendo el conflicto surgido en el seno de una pareja de conveniencia, donde las diferencias sociales, económicas y morales acaban conduciendo al desastre.
Simenon consigue, aquí, despojar a sus personajes de toda máscara, salvo la del odio, que no hace sino ocultar la profunda fragilidad de sus caracteres.
Émile y Marguerite, de setenta y tres y setenta y un años, llevan ocho casados en segundas nupcias, pero durante los últimos años no se han dirigido la palabra ni una sola vez.
Émile y Marguerite, de setenta y tres y setenta y un años, llevan ocho casados en segundas nupcias, pero durante los últimos años no se han dirigido la palabra ni una sola vez.
El detonante de esta situación hay que buscarlo en el descubrimiento por parte de Émile del cadáver de su gato aparentemente envenenado, y en la posterior represalia ejercida por aquel sobre el papagayo de Marguerite a la que culpa.
Una vez que sabemos cómo están las cosas, Simenon retrocede en el tiempo para explicarnos con detalle cómo se produjeron los hechos, y ponernos en antecedentes sobre las historias personales de los dos protagonistas.
Sabremos así que el abuelo de Marguerite fundó una próspera fábrica de galletas que, posteriormente, su hijo acabaría vendiendo acuciado por las deudas.
No obstante, Marguerite, casada durante treinta años con el primer violín de la Ópera, tuvo una vida acomodada, y conserva la propiedad de los inmuebles del callejón en donde vive.
Émile, por el contrario, fue albañil como su padre, y sus modales e intereses distan mucho de los de su pareja, que, sin embargo, vio en él la garantía de una vejez en compañía y de un servicio de reparaciones gratuito.
Pero el puritanismo de Marguerite, su frialdad, su avaricia y sentimiento de superioridad, conducirán al antagonismo con un Émile que buscará consuelo en los escarceos con la tabernera Nelly y en los recuerdos de su añorada mujer. Y una vez establecido el silencio, prosperarán la desconfianza y el odio mientras se espían sin pudor a la espera del desenlace final.
Rafael Martín
Pero el puritanismo de Marguerite, su frialdad, su avaricia y sentimiento de superioridad, conducirán al antagonismo con un Émile que buscará consuelo en los escarceos con la tabernera Nelly y en los recuerdos de su añorada mujer. Y una vez establecido el silencio, prosperarán la desconfianza y el odio mientras se espían sin pudor a la espera del desenlace final.
Rafael Martín