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Juegos de la edad tardía - Luis Landero


Esta es la primera novela del escritor español Luis Landero (1948), la cual obtuvo el Premio de la Crítica en 1989, así como el Premio Nacional de Literatura en 1990.

Juegos de la edad tardía parte de una idea central que se prolonga a través de matices infinitos: el protagonista evoluciona a partir de una impostura, del planteamiento de un doble mediante el cual se procura lo que la vida le ha negado o, mejor dicho, lo que se ha negado a sí mismo al haberse asentado en la mediocridad de una existencia rutinaria.


En esta novela se percibe un realismo mágico sutil que crea una conexión entre la realidad y el ambiente onírico que puebla sus páginas. En un principio, Gregorio Olías se encuentra inmerso en una existencia un tanto fragmentada; el pasado que se va revelando establece un puente entre el presente y los sueños dirigidos a intentar resolver diversas situaciones y a lidiar con lo más concreto.

Al narrar el pasado aparece con fuerza la idea de ambigüedad que trastoca su esencia verdadera. Gregorio se encuentra suspendido en una atmósfera un tanto irreal, desde la cual se nos relatan sus amores juveniles y otras historias:

"Cuando ella se acercaba (no necesitaba verla, porque su cercanía era anunciada por un súbito dolor de muelas que le bajaba al estómago, en tanto que el estómago se le venía a la garganta y el corazón se le iba por la boca), encendía tabaco..."

Más tarde se plasma el concepto del hombre que va madurando en base a las experiencias cotidianas, a emociones nunca antes experimentadas y a la práctica del ensayo-error, entre las brumas que arroja la sensación constante de duermevela que lo envuelve y su respectiva profusión de imágenes.



La historia da un salto hacia la etapa que Gregorio Olías pasa en la academia nocturna donde conoce a su futura mujer, Angelina. En la academia aparecen nuevos proyectos, como el de la ingeniería, y se presenta incluso un atisbo de felicidad, pero el autor decide avanzar siete años de golpe para mostrarnos a un Olías ya formado: lo que permanece en él es la costumbre de eludir sus propios proyectos, así como la ruptura con el pasado para vivir un presente "donde la dicha excluía la intervención de la memoria".

Gregorio se instala, pues, en una vida anodina como oficinista, hasta que se hace presente la figura de Gil –a través del teléfono-, representante de ventas de la empresa en provincias.
En sus relaciones familiares (con Angelina y la madre de ésta) impera el silencio y la costumbre, y a pesar de que en algún momento dice ser dichoso, la singular y vacía convivencia conduce a la pareja a comunicarse a través del lenguaje corporal. 

Sin embargo, Gregorio Olías también puede dejar salir lo que lleva dentro por medio de las palabras, y esto queda demostrado a través de sus conversaciones con Gil, en las que dos seres apocados establecen una especie de simbiosis: Gil vive tristemente, anhelando noticias de la ciudad y del mundo, por lo que poco a poco va conduciendo a Gregorio a enredarse en una acumulación progresiva de mentiras a las cuales éste se va ajustando no sin dificultad, hasta el punto en que el antiguo y arrollador sobrenombre con que Olías firmaba la poesía de su juventud -Augusto Faroni, un dechado de virtudes-, despierta en él y se manifiesta mediante la relación telefónica, trastocando aún más la incierta cordura de su existencia.


Gregorio nunca tuvo la fuerza necesaria para construir a su alrededor el entorno al que el ilusorio Faroni tiene pleno acceso, y al haber obtenido un interlocutor agradable en Gil, comienza a disfrutar su fantasía. Pronto nos enfrentamos a un ambiente, digamos, tridimensional: realidad y ficción se entremezclan en diversos planos y así encontramos el real/tangible de Gregorio y Gil, el principalmente imaginario a través de las conversaciones donde impera la complicidad entre ambos personajes, y el onírico que funde ambos espacios mediante personajes reales conocidos en distintas épocas, y ficticios, como Faroni, en sitios materializados en sueños donde el protagonista puede transitar a sus anchas.


De acuerdo a Olías, alias Faroni, en este mundo de apariencias la gran mayoría guarda otra identidad. A pesar de que a lo largo de la trama ha sido consciente de la irrealidad de lo que va recreando, el plano aparente le incomoda en repetidas ocasiones, aunque siempre termina por amoldarse al poder de su mente.

“Porque la verdad nunca se da pura y necesita siempre de las apariencias, como el ciego del perro. Así que, descontadas las apariencias, yo soy Faroni”.
El asunto ya no sólo se queda en Olías/Faroni, sino que trasciende a Gil, su interlocutor, quien pasa a llamarse Gil Dacio Monroy. Este último personaje resulta muy interesante porque sigue el juego a Olías e incluso logra recrearse a sí mismo en cierta medida. Faroni y su capacidad para concebir un nuevo mundo intelectual y en buena parte aparente, otorga una nueva dimensión a la insulsa vida del vendedor de vinos y aceitunas de provincias.

En algún punto, Gregorio Olías “se satura de irrealidad”. Nunca ha estado conforme con la invención de la otra identidad al percibirla como ficticia; incluso se arrepiente en incontables ocasiones de engañar a Gil llegando a pensar que una relación sustentada en el vacío no puede seguir adelante. 

Sin embargo, poco a poco se da la transformación y Olías da el paso que lleva la fantasía a la pretendida realidad; redimensiona al personaje imaginario con la idea de que muchos poetas utilizan un seudónimo, y pasa de una actividad trivial en la oficina al ejercicio de la escritura. Y así, se reviste de Faroni por dentro y por fuera. La edad no es un impedimento porque grandes escritores han empezado tarde.

De este modo, Gregorio Olías continúa en el desenfrenado plano del ensueño, aunque procurando siempre el enlace con la realidad a través de "algún vínculo tangible". Asimismo, comienza a anhelar una única identidad ante el cansancio de verse atrapado en esa progresión interminable de mentiras a duras penas acreditadas. No hay autenticidad en su vida; el ser real que habitaba en él quedó anquilosado ante su potente inventiva.

Esta es una historia de altibajos: Gregorio se agobia con sus propias invenciones pero es incapaz de eliminarlas de su mente. En cierta medida, Angelina se erige como contraparte de su marido al ser una mujer con un sentido práctico de la vida, pero para Olías hasta un dolor de muelas vacila entre la ficción y la realidad, el punto de equilibrio escapa a sus posibilidades psicológicas, y la novela se hace interminable al exponer continuamente todo un cúmulo de situaciones similares.


Se trata de un buen libro -poseedor de un planteamiento interesante y un espléndido manejo del lenguaje- que parte de seres insignificantes que no tienen más remedio que fabricarse un mundo paralelo para soportar el peso de la existencia. Lo malo es que un ritmo más bien lento, producto de un importante número de páginas recorriendo las tonalidades de un mismo asunto, hace la lectura un tanto monótona.

" La realidad no se ofrece, sino que hay que inventarla y ganarla con el sudor de la fantasía y de la razón,
para ampliar la vivienda de nuestra biografía de modo que allí encuentren amparo los fantasmas de nuestras vidas, las variantes que insinuó el destino antes de llevamos por otro rumbo, lo que perdimos."


¡Maravilloso!