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Redes sociales: la exhibición de los narradores solitarios



Por Paula Sibila


Opinión. 



Internet genera la ilusión de hacernos visible ante extraños y –según Paula Sibilia– la soledad latente explica la metamorfosis que las sociedades están atravesando.
Las redes sociales canalizan una insistente demanda actual: exhibirse en las pantallas. 

No es casual que estos nuevos medios de comunicación se hayan inventado justo ahora, permitiendo que cualquiera se convierta en autor, narrador y personaje de sí mismo. 


Una de las estrategias más usuales para lograrlo consiste en hacer de la propia intimidad un espectáculo destinado a un público potencialmente infinito: la extimidad.
Pero si ese sujeto casi siempre se llama yo e intenta hacer de sí mismo un show, ¿es real o ficticio?


 
Quizá la pregunta esté mal formulada. Al fin y al cabo, ¿qué diferencia hay entre un personaje y una persona real? 
Tal vez esa discrepancia resida en la soledad. 
No se trataría, por tanto, de insistir en la cada vez más problemática oposición entre realidad y ficción, o verdad y mentira, para poner el acento en otro lado: en la capacidad de estar a solas, una habilidad que parece haberse vuelto rara o sin sentido. 
Al contrario de lo que sucede con las personas comunes o reales (o con lo que consideramos que sea eso), los personajes nunca están solos. 

Siempre hay alguien que observa todo lo que hacen, que sigue con avidez sus actos y gestos, sus sentimientos y pensamientos, hasta sus emociones más nimias o banales. 

Siempre hay un espectador, un lector, una cámara, una mirada sobre el personaje que le quita su carácter meramente humano.
En la vida de las personas de carne y hueso no siempre hay un público para observar nuestras acciones: ni las heroicas ni las miserables, ni mucho menos las trivialidades cotidianas. 



Con demasiada frecuencia nadie nos mira, de modo que no tenemos testigos de lo que somos. 

Eso no sería demasiado grave, hasta podría significar un alivio si no viviéramos inmersos en una cultura como la contemporánea.



En una sociedad tan orientada hacia la visibilidad y que concede tanto valor a la imagen, si nadie nos mira, el riesgo que se corre es la mismísima inexistencia. 


Ese vértigo de la nada es relativamente inédito y se debe a una compleja transformación histórica, que se fue engendrando en las últimas décadas. 
Como consecuencia de esos desplazamientos (sociales, culturales, políticos, económicos, morales), la verdad sobre lo que somos ha dejado de brotar prioritariamente de la interioridad, es decir, de algo que tendríamos guardado dentro de nosotros mismos y que constituiría la propia esencia. 

En cambio, cabe a la mirada ajena el poder de irradiar esa verdad, al evaluar todo (y solamente) lo que cada uno es capaz de mostrar.
Las redes sociales son medios perfectos para consumar esa dinámica. 



Pero aún disponiendo de esos recursos, si nadie constata o (mejor todavía) festeja nuestra existencia encarnada en valiosas imágenes, si son muy pocos los que nos siguen, los que hacen clic en me gusta o dejan algún comentario elogioso ante la última selfie que colgamos en internet, entonces, ¿cómo podemos garantizar que somos alguien?
Hay algo de muy novedoso en todo esto, ya que la soledad –es decir, el aislamiento individual en la intimidad del espacio privado, protegido de toda intromisión ajena– era un ingrediente vital para la construcción de los modos típicamente modernos de ser y estar en el mundo. 
Se ha acuñado incluso la expresión homo psychologicus para referirse a esa criatura: alguien que recurría a la lectura y la escritura, no sólo de ficciones (cuentos, novelas, folletines) sino también de cartas y diarios íntimos, como instrumentos muy útiles para edificar esos modos de ser interiorizados.
Por eso la soledad es tan importante para entender la metamorfosis que estamos atravesando. Si hoy notamos una creciente incapacidad de estar a solas, si el silencio se ha vuelto insoportable, quizás eso explique por qué resulta tan tentador encarnar esos personajes que brillan en las pantallas.


 
De allí la proliferación de estrategias de autoestilización y autopromoción, tanto en la red como fuera de ella.
Pero esos personajes en general no mienten: no intentan mostrarnos algo que en realidad no son, porque el perfil no equivale a una máscara que finge ocultando un yo más verdadero.


 
Esas siluetas on line suelen identificarse con el rostro real de cada uno, aunque este tenga mil faces y sea voluble, inestable, mutante. 
Eso que cada uno exhibe suele ser lo que es; o mejor, lo que está. Aunque los personajes a veces parezcan estar a solas, no es cierto: ellos siempre están a la vista. Porque absolutamente todo en sus vidas debe suceder bajo los ojos golosos de algún espectador o lector, o bien de los flamantes seguidores, amigos o fans. 
Solos, no existen.
Solamente son o están cuando alguien los observa: bajo esa mirada tan codiciada, ellos ganan su fantástica vitalidad. 


¿Cómo resistir, por tanto, a ese anhelo actual de mostrarse y mendigar aplausos, si el mundo nos ha convertido en verdaderos personajes?
© La Vanguardia
Paula Sibilia es coordinadora y profesora del posgrado en Comunicación de la Universidad Federal Fluminense de Brasil.