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Perfumes de vida. Aromas, Philippe Claudel






Salamandra, 2013

Tras la experiencia de ‘La nieta del señor Linh’, libro que me agradó sobremanera, no quise dejar pasar la oportunidad para volver a Claudel al encontrarme con este título de novedosa aparición. La brevedad de su extensión junto a un costo más que razonable lo depositaron rápidamente en el mostrador de la tienda de libros. Decidí intercalar su lectura con otro título mucho más voluminoso.



Este libro está constituido por un conjunto de evocaciones repartidas entre la infancia y la adolescencia del autor, ordenado mediante una palabra o frase corta que resulta el elemento disparador del recuerdo. 

Así, reúne en descripciones que no superan las tres páginas una colección de recuerdos que tienen como hilo conductor olores característicos, únicos, que Claudel ha rescatado de lo profundo de su memoria para disponerlos alfabéticamente, con un estilo simple y fluido que se debate entre lo coloquial y lo poético.

En su interior se dan cita fragancias de los bosques de Lorena, la loción de afeitar de su padre, el que exhalan las personas en su vejez, el sexo femenino, las sábanas limpias, la humedad de los internados, el pantalón de pesca, entre varios otros.
 
Es en verdad una combinación que tiene mucho de evocativo y de ejercicio de estilo literario, intentando hacer coincidir la imagen del recuerdo con las palabras más adecuadas para describirlo fidedignamente, transportándonos a esa circunstancia. En este sentido, lugares, personas y objetos que han sido significativos para el escritor son los sujetos de sendos relatos expuestos con una prosa elegante y sencilla.
Al transitar sus páginas, el lector no puede dejar de pensar que Claudel ha querido rendir un acabado homenaje a dos de sus afamados compatriotas colegas; me refiero a la prosa engolada y suntuosa de Marcel Proust y a la dulzura poética de Charles Baudelaire. 

El texto lleva elementos de ambos, integrando la importancia que otorga a los aromas en sus descripciones el primero con la sutileza y emoción que caracteriza la poesía del segundo.

Es un libro para deleitarse, disfrutándolo tras un día agitado, en la quietud del hogar, sobre un sillón cómodo, en bata y pantuflas, con una lámpara a media luz como única compañera y, acaso, la mirada esperanzada de una mascota como fiel testigo de nuestro solaz. Su cálida intimidad así lo propone.


Marcelo Zuccott